El
espectáculo que con el título de Cuna
negra y blanca presentó anoche en la Sala Turina el bailaor catalán
Jesús Carmona sorprende por la perfección y belleza de su baile. Cada
movimiento, cada figura las concibe con imaginación y las ejecuta con una seguridad
aplastante. Para ello dispone de la memoria viva de todo el baile español y,
por supuesto, de la técnica precisa para poder llevarlo al escenario. Hay, es
cierto, algo de frialdad en su interpretación. Su rostro resulta bastante
inexpresivo, pero su cuerpo, verdadero protagonista de su baile, compensa y oculta
esa carencia.
Cuna negra y blanca es un juego de colores y de sensaciones y conceptos. El negro evoca el
vacío, el dolor, la ceguera. El blanco es la plenitud, el goce, las ganas y la alegría de vivir. La elección de los estilos
se ajusta a la transmisión de estos sentimientos. La trilla, los fandangos, el
taranto y la soleá evocan el lado amargo de la vida. La nana, las sevillanas,
el garrotín y el romance reviven su lado festivo.
La obra, que
se estrenó oficialmente en la pasada edición de la Bienal de Sevilla ―previamente
se había presentado en el Teatro Paco Rabal de Madrid― y ya ha pasado por el
Festival de Jerez, llega a la Sala Turina más hecha, limpia de tiempos muertos.
Le pasa como ocurría antes con las obras de teatro: que se terminaban de hacer
a su paso por provincias para llegar impecables a Madrid.
Completan el
elenco bailaor de Carmona dos buenas bailaoras: Lucía Campillo, de negro, y Ana
Agraz, de blanco. Las dos espléndidas en sus respetivos papeles. La música,
otro as del espectáculo, la ponen Jesús Corbacho, José y Maka Ibáñez (cante) y Daniel
Jurado y Óscar Lagos (guitarras). Las luces, bien estudiadas y eficaces, son de
David Pérez.
José Luis Navarro
Lugar: Sala Turina (Sevilla).
Fecha: 4 de abril de 2013.