La Sala Chicarreros parecía un castillo de fuegos
artificiales. Luces que se encendían y se apagaban sin venir a cuento. Truenos.
Micrófonos que no sonaban o sonaban más de la cuenta. Todo un catálogo de
fallos. Desde luego, nunca se ha caracterizado esta sala por la bondad de sus
técnicos, pero anoche dieron el do de pecho.
Todo empezó ya desde el primer número,
unas tonás a dúo, cuando el micro de Tía Juana funcionaba, pero el de La
Macanita no ―la
tecnología se cebó con ella toda la noche―.
Foto: Remedios Málvarez. Cortesía de Cajasol |
Las dos lo sobrellevaron todo con auténtica profesionalidad.
Las dos pusieron, como dijo Juana, “el alma y el corazón” para sacar adelante
un recital que impropiamente se anunciaba como “Voces negras de mujer”. La voz
de Juana sí puede metafóricamente calificarse de “negra” ―de hecho, a mí me recuerda siempre
que la escucho a Louis Amstrong―,
pero, aunque La Macanita sí ―sus
rasgos y su nombre delatan su ascendencia negra―,
su voz no tiene nada de ese colorido.
Se comprende que debe ser muy difícil concentrarse en esas circunstancias, pero aún así cada una logró momentos de singular belleza y jondura. Yo personalmente me quedé con las seguiriyas de Tía Juana y con las bulerías finales de La Macanita, cuando hartos de tanta fechoría técnica, arrinconaron micros y cables al fondo del escenario y se pusieron a cantar a pelo.
Foto: Remedios Málvarez. Cortesía de Cajasol |
Se comprende que debe ser muy difícil concentrarse en esas circunstancias, pero aún así cada una logró momentos de singular belleza y jondura. Yo personalmente me quedé con las seguiriyas de Tía Juana y con las bulerías finales de La Macanita, cuando hartos de tanta fechoría técnica, arrinconaron micros y cables al fondo del escenario y se pusieron a cantar a pelo.
Foto: Remedios Málvarez. Cortesía de Cajasol |
A Manuel Valencia, sin embargo, apenas le castigaron los
técnicos y todos pudimos disfrutar de una guitarra de lujo, tanto en sus toques
de acompañamiento, como en la composición que tocó en solitario. Y otro tanto
se puede decir de Chicharito y Macano, una máquina perfectamente engrasada de
marcar el compás.
José Luis Navarro