Cuando allá por los últimos setenta Ruben Dantas descubrió el
cajón peruano y a Paco de Lucía se le ocurrió incluirlo en sus conciertos más
de un ortodoxo a la violeta se echó las manos a la cabeza ante tamaño sacrilegio.
Cuando en 1981 escucharon “Solo quiero caminar” ya solo balbucearon tímidas
protestas. Empezaban a comprender que no se puede parar el curso de la historia.
Así y todo si hubiesen asistido anoche al Teatro Enrique de la Cuadra de Utrera
se habrían rasgado las camisas. Aquello era demasiado. La percusión con las
manos de Antonio Moreno se convertía en reina y señora del escenario.
El concierto se titulaba “Al golpe” y llevaba por subtítulo “Tambores,
palmas y cajones”. Empezó como se hacía en los tabancos de antaño, con Antonio
golpeando con las palmas de las manos sobre una mesa y adornándose con sonidos
de vidrio, mientras Tomás de Perrate cantaba por soleá.
Después fue el acabóse:
solos de percusión inspirados en ideas de Israel Galván y Pedro G. Romero y
diálogos con el saxo de Juan M. Jiménez ―él
también tocó percusiones con su instrumento―,
con los pies de Ana Morales ―inspirada
e imaginativa, magnífica―,
con el cante morentiano de Juan José Amador ―el acompañamiento de la seguiriya fue verdaderamente magistral― y, casi para finalizar, con
el mismísimo cuerpo de José Luis Ortiz Nuevo mientras este se acordaba de
Manuel Soler, de Manolito Soler.
El cierre con un solo de cajón. Ese fue el
primer paso de una aventura que nadie podría haber imaginado que terminaría con
un recital como “Al golpe”.
Quienes tuvimos la suerte de estar anoche en el Enrique de
la Cuadra creo que asistimos a un hito histórico en el flamenco. Una
genialidad. Un concierto que, de momento, solo puede dar Antonio Moreno.
José Luis Navarro