Solía decir Pilar López que si una obra no se entiende es
que está mal contada. Yo estoy completamente de acuerdo. Bosque
ardora (bosque luminoso), sin embargo, nos plantea un problema distinto:
la diferencia que puede existir entre lo que cuenta un creador y lo que
entiende el espectador.
Rocío Molina deja muy claro lo que quiere contarnos:
"Ella conoce la
fragilidad de los hombres y acepta convertirse en su presa, para dirigirlos con
más facilidad, para dominarlos, amarlos, combatirlos e inmediatamente después
abandonarlos". Desde luego, no
hacen falta palabras para que el público entienda que está asistiendo a los
jugueteos amorosos del personaje encarnado por Rocío, incluso que se dé cuenta
de que sobre el escenario se están viviendo dos apareamientos. Pero, Rocío, una
de sus protagonistas, ¿qué es? Cuando la vimos aparecer con una máscara animal
sobre el pelo, dudamos de qué animal se trataba. Después, cuando la vimos
moverse en cuclillas, pensamos que estaba personificando a una avecilla y nos
sorprendió y nos sedujo la imaginación que Rocío había puesto en la escena.
Foto: A. Acedo. Bienal de Flamenco |
Bosque ardora es, en cualquier
caso, una fábula simbólica del amor. Una obra ambiciosa y exuberante. Una obra
muy rica en danza, porque el cuerpo de Rocío es una máquina especialmente
diseñada para el baile, capaz de realizar los más insospechados movimientos, y
su mente conoce y domina todas las modalidades de la danza, desde la flamenca a
la contemporánea, la hindú, la japonesa... Por eso, la fusión de ambos es una
explosión de imaginación y un torrente de creatividad.
Para la puesta en escena de esta obra, ha sabido rodearse de dos
espléndidos bailarines, Eduardo Guerrero y Fernando Jiménez, y un buen grupo de
músicos, Eduardo Trassierra (guitarra), José Ángel Carmona, (cante y bajo eléctrico), José
Manuel Ramos “Oruco” (palmas
y compás), Pablo
Martín Jones (batería y
electrónica), José Vicente Ortega «Cuco» y Agustín Orozco
(trombones). Ha contado además con la colaboración especial de Dorantes y la
dramaturgia de Mateo Feijó.
Finalizada la obra, a la salida, oí decir a alguien que aquello no era
flamenco y, en cierto modo, llevaba algo de razón —a primera vista más parecía
contemporáneo con pies de flamenco—. Pero, ¿qué más da? Yo, al menos, tengo la
suerte de que lo mismo disfruto con una soleá que con El lago de los cisnes de
Tchaikovsky. Eso sí la soleá que hizo Rocío en su bosque me pareció bastante
pobre. De hecho, estoy deseando que llegue la tarde para ver a Luisa Palicio en
la Sala Cero. Seguro que nos regalará ese baile, cien por cien a lo flamenco.
José Luis Navarro