Anoche estrenó el Ballet Flamenco del Cante de Las Minas su
primera obra: “Alma minera”, un recorrido histórico por el mundo de los mineros
de La Unión, desde su llegada a las galerías hasta la salida al café de cante.
Angustia, muerte –con la explosión de un barreno incluida-- y la necesaria
diversión de la noche.
Fue toda una sorpresa. Una grata sorpresa. No se puede
improvisar una compañía de ballet de la
noche a la mañana y lo que vimos era toda una realidad. Acierto en la
elección de todos lo que lo hicieron posible y horas y más horas para ponerlo a
punto.
Inevitablemente hay pequeños
desajustes, la duración de algunos números resulta excesiva, pero estamos
seguros que todo eso se irá puliendo en sucesivas actuaciones. Lo más difícil
ya está hecho y, para rematar la faena, hubo también momentos de inusitada
brillantez.
La música la firmaba Fran Tornero, la dirección Clotilde
Corví y Beatriz Arce, la escenografía Esteban Bernal y la coreografía Javier
Latorre –hoy por hoy el que más sabe de estas cosas--, Miguel Ángel Rojas,
Carlos Rodríguez y Ángel Rodríguez. Como artistas invitados estaban Carlos
Rodríguez que puso la primera piedra, luciéndose en un número con el sello de
Latorre, y Miguel Ángel Rojas, que hizo una farruca, tan espectacular como
excesiva en su duración.
En el cante estaban Alejandro Villaescusa y Rocío Bazán en
el papel de Emilia Benito, que no tuvo su noche. Las guitarras de Francisco
Tornero, Miguel Ángel García y Curro de María y un excelente cuerpo de baile
completaban la compañía.
Antes, Niño Josele dio un recital de guitarra. Música
técnicamente impecable, pero falta de mordiente. Como decía el espectador que
me tocó al lado, “bonito pero sin lastimar”.
Rocío Navarro.