El cante flamenco no pasa en la actualidad por sus mejores
momentos. Ha tenido que ceder al baile
el protagonismo que le convirtió en rey
indiscutible durante una gran parte del pasado siglo. Hoy, los
porcentajes de participación de ambos en
las programaciones flamencas se han invertido. Sin embargo, anoche el Central se
llenó con un auditorio compuesto en gran parte por incondicionales del cante.
Le había llegado el turno a un grupo de jóvenes artistas que irrumpen con
fuerza en el panorama flamenco. Atención a sus nombres, porque van a dar mucha
guerra en el futuro.
Al frente del elenco, el
cantaor Jesús Méndez, quien, a pesar de su juventud, posee ya dos trabajos discográficos y una nada
desdeñable trayectoria. Venía acompañado por una joven guitarra jerezana, la de Manuel Valencia, la percusión de Juan Grande y las palmas de Manuel Salado,
Carlos Grilo y Diego Montoya. Como invitado de honor colaboró Juan Moneo
el Torta.
Abrieron el recital los “Tientos del querer”. Mantenían el
toque y la estética tradicional pero con letras nuevas y se presentaban separados
de su compañero tradicional, los tangos, que vendrían después como formato
independiente. En ellos, dejó constancia de su ingente e indómito torrente de
voz, que suponemos se irá remansando y puliendo con los años. Siguieron unas
alegrías, rebosantes de brío, recortes y pellizcos. En las tarantas hubo letras
poco conocidas, que suenan a novedosas y un brillante remate por verdiales, fandangos de Lucena y de Frasquito Yerbabuena, en los que lució el poderío de su voz y su
destreza en superar las impresionantes subidas de los remates. Siguió una
impecable soleá por bulerías impregnada de compás, saber y dominio.
El careo por bulerías entre él y el Torta trajo Jerez a esta
noche sevillana y puso en pie a parte de la audiencia, un público que ya le
había arropado desde el principio y que volvió a levantarse en bloque al final
de su cante por seguiriyas. Siguió una ronda de fandangos que puso sobre el
escenario ecos de la Paquera y Caracol, entre otros. Cerró el espectáculo un amplio
despliegue por bulerías, al que se unió de nuevo el Torta y las consabidas pataítas.
La guitarra de Manolo Valencia, que fue ganando altura a lo
largo del recital, nos sorprendió muy favorablemente por su excelente sonido y
buen hacer.
Fue en suma un largo y generoso recital, que
transcurrió en un suspiro, como suele
suceder cuando uno lo disfruta.
Eulalia Pablo