Esta muchacha lo tiene todo: compás, conocimiento, expresividad,
imaginación, espontaneidad y genio.
Por supuesto que no se puede bailar sin compás, que en un
bailaor el compás se da por sobreentendido. Pero lo suyo es algo más. Marta consigue
establecer con él una sintonía finísima como solo algunos privilegiados pueden. Se diría que no es que baile y se mueva a
compás, es que respira y siente a compás. Tiene unos pies limpios, nítidos, con
los que hace música sobre las tablas. Anoche, como siempre, bordó la escobilla
de la soleá.
Marta vive el cante y expresa todos los matices del
sentimiento. Se vale de cada milímetro de su cuerpo y transmite con las manos,
con el gesto, con la mirada, con las cejas. Posee además una imaginación que le
permite componer figuras que nacen nuevas en cada actuación.
Principió por soleá a base de elegancia, jondura y genio y completó su actuación con
unas alegrías en las que derrochó gracia y picardía.
David Silva abrió la primera parte con unas tarantas en las
que dio rienda suelta a su inventiva, creando continuos embriones musicales que
sin duda terminarán por convertirse en la base de futuras composiciones.
A Manuel Romero le tocó iniciar la segunda parte. Lo hizo
con tientos y, como nos tiene acostumbrados, volvió a dar una lección de cante.
Entre los tres construyeron una noche para el recuerdo.
Texto y fotos: José Luis Navarro