Acerca de lo jondo, durante el siglo XIX abundaron
los artículos de fondo y gacetillas en la prensa. Muchos de ellos ponderaban el
flamenco, pero una buena parte –quizás la mayoría- se caracterizaban por
actitudes antiflamencas. Esta tendencia se invierte en el siglo XX,
fundamentalmente durante el creativo período de la Ópera Flamenca, ya en pleno
siglo XX. No obstante, existen raras excepciones como el siguiente ataque sin misericordia,
herencia de la trayectoria del XIX. En este caso particular, los dardos son
disparados contra la guitarra, contraponiendo dos estéticas, la culta y la
popular (¿quizás también dos clases sociales?). El guitarrista elegido-denostado
es nada menos que Juan Gandulla “Habichuela” (1871-1925). La elección demuestra
la osadía y la ignorancia del autor, pues se trata de uno de los
guitarristas-tocaores emblemáticos del flamenco y acompañante preferido por
cantaores de la talla de Manuel Torres, Antonio Chacón o La Niña de los Peines.
Veamos el órdago de esta joya antiflamenca:
LA GUITARRA
Enjambre,
divino enjambre,
dulce
colmena morisca,
tú
labras para una raza
la
miel de la poesía.
Salvador
RUEDA
Plegue
al Altísimo concederme la gracia de no caer en lenguas de malas gentes, por
aqueste mi triste pecado de meterme a redentor. Mi vocación es incontrastable y
aunque mi fe flaquee al punto al buen éxito de mi intento, no encuentro genios
tutelares que me aparten del mal camino. Y hechas la invocación y la confesión,
con denodado arrojo en tierras de herejes me adentro.
¡La
guitarra! ¡Válgame San Sors! ¡Quién os dijera a vosotros, orientales, que
tendisteis una cuerda sobre el rústico instrumento por vuestras manos labrado,
convirtiéndolo en primitivo monocordo, que habría de llegar en su progreso
hasta el órgano sonoro, rico y dulcísimo que es la guitarra moderna, desde que
el P. Basilio le adicionó la sexta cuerda! ¡Vihuelistas ilustres, juglares,
poetas de los siglos XVI, XVII y XVIII que en las “cinco órdenes” recogisteis
el alma popular, creando un noble patrimonio y cimentando la moderna ciencia
del folk-lore! ¿Qué tiene de común vuestra devoción, vuestra obra que
creó Patria, con la falta de respeto y la sobra de ignorancia que caracteriza
al “Habichuela” y demás cofrades, que en ningún sentido puede decirse
interpreten el alma sana, verdaderamente popular? En la historia de la guitarra
tienen un nombre, un papel importantísimo todos aquellos varones; el chulo, el
flamenco tocaó no lo tendrá jamás, porque niega la conciencia artística
del pueblo, base del documento vivo de la Historia.
Dice
Felipe Pedrell en su “Cancionero Musical Popular”, que el hombre posee la
intuición de toda arte. No puede negarse esta aseveración. Más fuerza será
confesar que no todo es intuición en Arte. Evidentemente existen dos categorías
de Arte: uno, el popular; otro, el ilustrado o erudito. ¿Cuál es, a la postre, más
Arte, o cuál es el único Arte? Aquí va envuelta una cuestión no ajena a
nuestro asunto planteado: la filológica. Tendríamos que acudir a las definiciones
que de la palabra Arte tenemos. Prescindo en absoluto de remitirme al Calleja
o al Larouse, en busca de una definición que necesito. La definición
está en la idea y ésta debe ser una facultad patrimonial. Defino: Arte
es una actividad humana que revela al mundo sensible el concepto abstracto Belleza.
¿Y qué concepto puede tener un “Habichuelo” de la Belleza? La naturaleza que
haya de producir, de expresar belleza, deberá ser apta para sentirla, ¿no es
así? El artista es el elegido que posee la virtud del trabajo constante, es un
ávido de perfección que, en su ruta hacia la luz, sufre el dolor inmortal. ¿Qué
sufrimientos arrostra el “Habichuela”, para llegar a la perpetración de tanta
barbaridad, con sus dedos llenos de sortijones? ¿A qué perfección se
encamina de juerga en juerga? Lo perfecto no consiente testigos, me parece que
dijo Nietzsche.
La
guitarra de don Francisco Tárrega es una casta musa, acariciada por lustrales
manos, con las que dialoga en las “siete soledades” el alma del maestro.
La
guitarra del “Habichuela” es una ramera, ronca de voz, que jimotea ebria
de alcohol y de lujuria.
La
guitarra de Tárrega es elocuente, nostálgica y tierna.
La
guitarra del “Habichuela” es locuaz, declamatoria, plañidera y absurdamente
sentimental.
La de
Tárrega canta.
La del
“Habichuela” gruñe.
A la
pulsación árida, torpe, mordente, agria, del flamenco, en sus falsetas
vulgares y disparatadas, responde el insigne don Francisco con el celeste,
diáfano e impalpable armónico, con el blando acorde, con el arpegio
encantador.
El mago
de Castellón canta en armónicos octavados el Adagio de la Patética; borda los
minuetos galantes de Mozart, con sus finos pizzicatos; produce
sonoridades de órgano en los Largos de Haydd y de Haendel.
El
“Habichuela” digita torpemente diseños asnales que trituran las cuerdas;
falsea la delicada sonoridad natural a fuerza de violencias; fabrica un
impertinente acorde-enjambre, y tiene, por la grasia e su arma,
la rara virtud de producir monotonía con materiales de una infinita variedad.
El uno
acaricia la guitarra cuando la toca como a una madre.
El otro
la requiebra y la golpea como a una prostituta.
Don
Francisco es el asceta, el santo, el maestro.
El
“Habichuela” es el juerguista, el niño, el tocaó.
Bagaje
del primero: el armónico simple, el octado, el glis, las campanelas; el
expresivismo de un vibrato discreto; la cejuela y la media cejuela, con
el índice, a todas las alturas del diapasón; la diferente calidad de sonido,
según el modo de tañer la cuerda; el ligado, el picado... Y por otra parte, el
amor, el buen gusto, la consciencia, el Arte en suma.
Bagaje del “Habichuela”: el desconocimiento
absoluto del instrumento que maneja; la digitación apañada; la facultad
de improvisar (¡qué sarcasmo! ¡la facultad más ricamente artística!)
barbaridades que denomina “falsetas”; la monotonía que resulta de un tañer
primitivo y arbitrario; la cejuela, accesorio indispensable y cómplice inocente
de verdaderos atentados a los órganos de emisión de la voz del que canta; la
falta de respeto al arte que no entiende; la grasia er mundo, la noción
exacta de los instintos crueles e insaciables del populacho, y la BIBLIA y LA
ÓRDIGA.
FIELDMAN
El Liberal (Madrid-Murcia),
4-12-1926, pp.1-2.