En Palo
Santo hay un poco de todo: algunos pasajes de una cierta belleza, algunos
hallazgos interpretativos, aberraciones musicales e inesperadas sorpresas.
Empezaremos
por estas. Yo pensaba que ya lo había visto todo, pero ¡qué va! Anoche vi a una
bailaora, La Lupi, sujetar un mantón de Manila ¡con los dientes! Salió además con
una aparentemente pesada bata de cola —no sé si pretendía ser la madre de
Cristo o María Magdalena— y sufrió para moverla. Creo que no estaría de más que
tomase algunas leccioncitas con su paisana Luisa Palicio. Por otra parte, el
zapateado del crucificado de Sergio Aranda estuvo bastante logrado y lo mismo
puede decirse de la saeta de Manuel Peralta. Lo de Rocío Márquez, sin embargo,
fue de juzgado de guardia. ¿Qué le ha podido hacer la cantaora onubense al
guitarrista malagueño para que se ensañara con ella de esa manera? Salió dos
veces a escena. La primera con un violín molestándola. La segunda con toda una
banda de cornetas ahogando la belleza de su voz con un estruendo insoportable. Desde
luego, al menos en el baile es práctica y creencia generalmente aceptada que no se deben
meter los pies cuando el cantaor está diciendo una letra. Daniel Casares al
menos se concedió un momento de lucimiento con unas bulerías de una brillantez
lujuriosa que se nos antojaron una evocación de la entrada de Cristo en
Jerusalén y que luego supimos que revivían la traición de Judas. ¡¿?! La Orquesta
Sinfónica de Triana y la Banda del Santísimo Cristo de las Tres Caídas interpretaron
lo que ponían las partituras. Nada que objetar en ese sentido. Durante el
concierto se intercalaron también unos textos que, esta vez por culpa de la
megafonía, nos costó trabajo descifrar. En fin, por decirlo con dos palabras:
Paso Santo rozó el disparate.
El público
al final aplaudió puesto en pie. Cosas de la E.S.O.
José Luis Navarro