Yo nunca
había visto un mantón bailar por granaína y anoche lo vi. Se movía en las manos
de Elena Algado con la suavidad y la delicadeza de la musicalidad del cante de
Granada. Fue uno de esos momentos que se te quedan atrapados en la memoria
visual y se ven al cerrar los ojos.
Foto: Remedios Malvárez. Cortesía de Cajasol. |
Y obviamente fue para mí de lo más destacado de La
memoria del alma, el concierto que Elena y Miguel Ángel Corbacho dedicaron a
José Antonio Ruiz, un hombre que ha sido para ellos un maestro y una referencia
fundamental —hasta “como un padre”, le llamaron— en su vida artística.
Foto: Remedios Malvárez. Cortesía de Cajasol.
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Otro momento
para el recuerdo fueron las alegrías finales, un baile que combinó la
flamencura gaditana con la plasticidad de la danza. Una coreografía de José
Antonio, un hombre que tanto ha dado para el baile flamenco y tan injustamente ignorado
vive hoy en Sevilla. Una pequeña muestra de lo que va a pedir a gritos la
historia de nuestro baile: un repertorio de esas obras que deben seguir vivas
en el universo cultural andaluz.
Foto: Remedios Malvárez. Cortesía de Cajsol. |
El resto de
ese conjunto de recuerdos y vivencias que quiere ser La memoria del alma, salvo
las figuras iniciales esculpidas en el más riguroso silencio por Elena y Miguel
Ángel y esa soberbia lección de palillos que dio Elena, fue una lucha constante
contra un escenario infame: dos tableros ensamblados de diferentes materiales con
distintas sonoridades a cual peor y un sonido perverso.
Fotografía: Jaime Martínez. Cortesía de Cajsol. |
Atrás les
arroparon el cante de Sebastián Cruz y Vicente Gelo y el toque de Isaac Muñoz y
Roque Acevedo.
José Luis Navarro