Pocas sorpresas puede haber con un recital de El Junco. Hace
el mismo baile que hacía una década atrás y muy probablemente el mismo baile
que hará la próxima década. Una buena técnica de pies —en esto cada día que pase
le van a salir competidores difíciles de superar— y ese pellizco gaditano que
es su sello de identidad más destacado.
En Pa flamenco yo
hizo de todo: cantó, actuó, dialogó y, por supuesto, bailó. Urdió una trama
teatral con detalles autobiográficos por aquello de no quedarse en un mero
recital —que es fundamentalmente lo que el público paga por ver— y salió a
escena, recién llegado de Cádiz, diciendo que iba a la escuela de Manolo Marín
y que le habían dicho que preguntase por Celestino. Y luego a bailar. Primero
soleá por bulerías. Cien por cien El Junco. Luego farruca con unas gotitas de Gades, un
apunte de taranto y unos tangos, para rematar con una caña a dúo con Susana
Casas, que completaría su actuación con una seguiriya con palillos y una soleá
con una bata de cola que no llegó a despertarse. David el Galli y Jesús Flores con
la guitarra de Miguel Pérez, espléndido toda la noche, y la percusión de
Roberto Jaén tuvieron su momento alante con unos fandangos.
Juan José el Junco cerró la noche retomando el diálogo con el
que había empezado. Apareció con su hijo mayor para darse “una vueltecita por
Cádiz”, le contó cosas de cuando él era chico: el colegio a donde iba, donde él
empezó a bailar, la Peña Cultural y Recreativa El Nazareno, imitó a Chano
Lobato, y por fin unas alegrías en familia en las que su hermano Roberto se
destapó con una airosa escobilla “cortita y buena” que arrancó los aplausos del
respetable. Para terminar, la obligada fiestecita que cerró el niño con unas
acrobacias de breaking, porque para
él “el flamenco no”.
La puesta en escena se hizo con sencillez y unas luces
elementales que se encargaron de recalcar cierres y poses ensayadas.
José Luis Navarro