Me lo pensé dos veces antes de salir de casa. 40 grados son
muchos grados. Menos mal que me armé de valor y llegué a Triana. Me habría dado
mucho coraje que después me lo contaran. Fue un estreno no anunciado. Algo
inesperado y fascinante.
Sonó la guitarra por alegrías y apareció Ángel Fariña
envuelto en un mantón de Manila. Desde luego, un mantón pesa bastante menos y resulta
más airoso que una capa. Y ¿quién ha dicho que un bailaor no pueda adornarse
con un mantón? La condición es que sepa manejarlo debidamente y Fariña dio toda
una lección. Fueron unas alegrías deslumbrantes en su audacia. Unas alegrías
que rezumaban todo el desparpajo y la gracia de un baile de fiesta. Una gozada
verlas.
Antes, Maise Márquez había fundido la belleza plástica de la
escultura flamenca con la jondura del mundo de la mina por tarantos.
Y Rocío La Boterita se había acordado de su tierra con unas sentidas
malagueñas. ¡Que voz más bonita tiene! Y para principiar Javi Gómez había
llamado a los duendes por bulerías. Y, por supuesto que los duendes se asomaron
a las cristaleras del tablao para ver también cómo Ángel Fariña jugaba con el
mantón.
José Luis Navarro