Primero fueron las manos de
Pepa Montes las que pararon el reloj de la historia, trasladándonos al ayer,
a los tiempos en los que en el baile de mujer primaba la exquisitez, la
delicadeza, la feminidad.
Se situó en el centro del escenario y empezó a subir los
brazos hacia los cielos del arte. Despacio, despacito, sin prisas. Revoloteando
las manos. Derrochando toda la sabiduría
y toda belleza de lo que hoy se conoce como Escuela Sevillana. Manos de mujer
para el baile de mujer. “Las manos como palomas”, como suele decir la que
anoche era una espectadora muy especial, Matilde Coral.
Fue una imagen que valía un potosí. Una imagen que repitió a lo largo de una
actuación en la que quiso revivir toda una época pasada. Una actuación en la
que quiso ser maestra y presentar y explicar cuál es su “esquema del baile
jondo”. Una actuación en la que nos vino a decir que el baile se saborea.
Pero no fueron sus manos las únicas que brillaron en el
Teatro Central. Allí estaba también su hijo, Pedro Ricardo Miño. Sus manos hicieron que el piano cobrase vida y pareciese
como si de un momento a otro se fuese a echar también a bailar. En sus manos
estaba desde la serenidad y jondura de la seguiriya hasta el vértigo de la
bulería. No se puede tocar más flamenco.
Con ellos estuvieron el baile joven de Manuel Bellido y José
Luis Vidal El Lebri, la guitarra de Ricardo Miño y las voces de Vicente Gelo y
Mari Peña.
José Luis Navarro
Fotos: Paco Sánchez
Fotos: Paco Sánchez