martes, 5 de abril de 2016

Cuatro manos de privilegio



Primero fueron las manos de  Pepa Montes las que pararon el reloj de la historia, trasladándonos al ayer, a los tiempos en los que en el baile de mujer primaba la exquisitez, la delicadeza, la feminidad. 


Se situó en el centro del escenario y empezó a subir los brazos hacia los cielos del arte. Despacio, despacito, sin prisas. Revoloteando las manos.  Derrochando toda la sabiduría y toda belleza de lo que hoy se conoce como Escuela Sevillana. Manos de mujer para el baile de mujer. “Las manos como palomas”, como suele decir la que anoche era una espectadora muy especial, Matilde Coral. 


Fue una imagen que valía un potosí.  Una imagen que repitió a lo largo de una actuación en la que quiso revivir toda una época pasada. Una actuación en la que quiso ser maestra y presentar y explicar cuál es su “esquema del baile jondo”. Una actuación en la que nos vino a decir que el baile se saborea. 



Pero no fueron sus manos las únicas que brillaron en el Teatro Central. Allí estaba también su hijo, Pedro Ricardo Miño. Sus manos hicieron que el piano cobrase vida y pareciese como si de un momento a otro se fuese a echar también a bailar. En sus manos estaba desde la serenidad y jondura de la seguiriya hasta el vértigo de la bulería. No se puede tocar más flamenco.

Con ellos estuvieron el baile joven de Manuel Bellido y José Luis Vidal El Lebri, la guitarra de Ricardo Miño y las voces de Vicente Gelo y Mari Peña.

                                                                                                                 José Luis Navarro 
                                                                                                               Fotos: Paco Sánchez