Cuenta Antonio Najarro, actual director del Ballet Nacional
de España, que fue viendo los lienzos que Joaquín Sorolla pintase para la
Hispanic Society de Nueva York cuando se le ocurrió la idea de llevar a los
escenarios un mosaico de músicas y danzas representativo de las regiones que el
maestro de la luz escogiese para su “Visión de España”.
Fue una buena idea y una mala idea. Buena, porque es y debe
ser propio de un ballet “nacional” acordarse de la riqueza folclórica de su
país. Mala, porque ajustándose religiosamente a los óleos del pintor valenciano
cometía las mismas injusticias que su autor: olvidarse de determinadas regiones
(Murcia, La Mancha —patria precisamente de una de las seguidillas más airosas
de nuestro patrimonio coreográfico— y Cantabria) en beneficio de otras,
particularmente Andalucía, con un panel dedicado a Huelva, 3 a Sevilla y 1 a
toda Andalucía.
Jota. Foto de Archivo |
“Sorolla”, estrenado el 12 de junio de 2013 en las Naves del
Español de Madrid con motivo de los 150 años del nacimiento de Joaquín Sorolla,
es una obra bastante desigual. Hay momentos de indiscutible brillantez, entre
los que destacan la Jota (Aragón) coreografiada por Miguel Fuente y “El Mercado”
(Extremadura) montado por Arantxa Carmona, con los deliciosos triángulos
típicos del baile de esa región. Hay también números de gran riqueza
imaginativa, como ese “Encierro” que interpretan Francisco Velasco y Mariano Bernal
con coreografía de Manuel Liñan en el que van, poco a poco, encerrando fuera de
la escena a unos cuantos toros-sillas. Hay también, por el contrario, números poco
afortunados, especialmente el primero, “Cosiendo la vela”, un auténtico “pegote”
con coreografía de Najarro, “Los Nazarenos” (Sevilla), más parecido a una representación
de la Santa Inquisición que a ese radiante festejo popular que es la Semana
Santa de Sevilla. Poco imaginativos resultan, a nuestro entender, “El Pescado”
(Cataluña) y “El Palmeral” (Elche) y tristemente desangelado ese “Baile”
(Sevilla) que montan al alimón Liñán y Najarro con unas bailaoras bastante
sositas que muy difícilmente podrían competir por “Sevillanas” con muchas de los
cientos de parejas anónimas que derrochan arte en cada pasada.
Otro tanto puede decirse de la música —¡Cómo nos acordamos
de Albéniz!—, compuesta por Juan José Colomer y Enrique Bermúdez —un poquito
pasada de volumen—, y del diseño de escenografía de Vincent Lemaire, un
original marco encuadrando el escenario, pero con un interior bastante anodino. Magnífico, sin embargo, el vestuario de Nicolas Vaudelet, desde las ternas toreras a los vestidos y sombreros de Montehermoso (Cáceres).
El público, con ese narcisismo propio de la tierra, lo aplaudió
todo a rabiar, particularmente lo que le sonaba a Sevilla.
José Luis Navarro