Libertino es
muchas cosas. Un salto en el vacío. Un disparate de 50 minutos de duración. Una
genialidad. Un arriesgado paseo por la cuerda floja. Teatro y flamenco. La historia
de un catalán del Penedés (Fernando Mansilla) al que no le gusta el flamenco, al
que nunca le ha gustado el flamenco. Un catalán con los pies muy grandes y los
zapatos muy brillantes. Un encuentro de músicas ajenas con una guitarra
inquieta (Gabriel Vargas) y una batería fogosa (Manuel Montenegro). Un cantaor (Juan
José Amador) que lanza la voz en busca de nuevas sonoridades y que se luce por
soleares del Mellizo, guajira, mariana y tonás. Unos bailaores-bailarines (Marco
Vargas y Chloé Brûlé) que desafían el equilibrio buscando figuras inusitadas y le
hacen un monumento al zapateado. Un canario que trina-grita-canta libertad y la
logra.
Pero, sobre todas las cosas, Libertino es una exaltación del compás. Un homenaje al compás. Una
búsqueda del compás. Una ceremonia al compás. El culto al compás. La liturgia
del compás. Un episodio en la vida de un catalán arrítmico y dos bailaores que conocen,
dominan y juegan a sus anchas con el compás.
Libertino es además la aventura
compartida por un autor cómico, un cantaor y dos bailarines con la ayuda de un
hombre del teatro (Evaristo Romero), llevada a las tablas con una iluminación precisa
y oportuna (Carmen Mori).
Libertino se
estrenó el 19 de octubre de 2015 en Cádiz en el marco del XXX Festival
Iberoamericano de Teatro y desde entonces no ha dejado de sorprender.