jueves, 18 de febrero de 2016

Del virtuosismo a la nada



Nadie puede negar el virtuosismo de Jairo Barrull con los pies. Unos pies limpios, precisos, apasionados, furiosos. Pero ahí empieza y acaba todo su baile. Un baile hecho a ráfagas con un braceo más bien insípido. Un baile que algunos llaman “puro” y otros “racial”. Lo de “puro” ya se sabe que no es más que un reclamo comercial. En lo de “racial” parece que hay algo de verdad. Desde aquel “Pisaré yo el polvico” que hacían las gitanillas del XVII hasta el zapatedo electrizante y vertiginoso de Carmen Amaya el juego de pies ha estado siempre asociado a la raza calé. Una forma de bailar limitada que hace hoy estragos en muchos bailaores y bailaoras. Un baile que apenas distingue de estilos y repite incluso la misma secuencia de golpes en un martinete, en unas alegrías o en una soleá. Esos, más el consabido fin de fiesta, fueron los tres palos que bailó Jairo.

Foto: Remedios Malvárez
Con Jairo venía, como artista invitada, Irene La Sentío. Bailó con él por martinetes y luego, sola, hizo bulerías por soleá y un taranto. Fue en lo esencial una réplica del baile de Barrull. Pies y más pies, unos desplantes poco airosos, y algún que otro detalle femenino en los brazos y en las caderas. 

Foto: Remedios Malvárez
Completaba el cuadro —llamarle “compañía” me parece excesivo— la guitarra de Eugenio Iglesias, magnífica, y el cante de Juan José Amador, Miguel Lavis y Antonio Zúñiga.

                                                                                                               José Luis Navarro