El carisma es algo muy difícil de
definir. Unas personas lo tienen y otras no. La Cañeta es de las que sí. Ella
sola es capaz de llenar un escenario y organizar una fiesta con todos sus
avíos. Anoche, sobre las tablas del Teatro Central, en ese homenaje a la “Málaga
cantaora” con que ha querido iniciar el ciclo “Flamenco viene del sur” el
Instituto Andaluz del Flamenco, La Cañeta derrochó poderío, frescura,
temperamento y gracia. Cantó, se dio su pataíta, hizo sus bromas y se metió al
público en el bolsillo. Cuesta trabajo creer que ya haya cumplido los 83 años. Se
tiró una hora en el escenario como si nada y aún le quedó fuelle para el
tradicional fin de fiesta. Fue una reunión de las antiguas, de esas en las que
impera la improvisación, de las que los artistas pasan olímpicamente de lo que anuncian los
programas de mano y se ajustan, como ella misma dijo, a “como le salgan las
cosas”. Hizo cantiñas, soleá por bulerías, tangos —dijo que se iba
a acordar de El Piyayo, hizo una letrita y se fue al garrotín—, fandangos y
bulerías.
Imagen de archivo |
Con ella se sentó a hacerle
palmas José Salazar, pero no pudo resistir la tentación de hacerse él también
unos fandanguitos con esa voz rota que le ha quedado. Desde luego, son pinceladas
sentimentales que solo se pueden escuchar en el flamenco.
La primera parte del concierto
corrió a cargo de Cancanilla. Empezó por tientos-tangos, se hizo fuerte por fandangos —a pie de escenario, sin megafonía—, seguiriyas, más fandangos y bulerías. Lástima que
emborronase su actuación con esas espantás tan incomprensiblemente de moda ahora en
las que el cantaor se levanta de un salto sin terminar el último tercio de un
cante. ¿No se dan cuenta de que no son más que pruebas de impotencia, de
incapacidad para rematar los cantes completos?
Cada uno se llevó su guitarra:
Antonio Soto, La Cañeta, y Chaparro de Málaga, Cancanilla. Las palmas las
pusieron Loli Salazar, Kiko y José Salazar.
Un buen comienzo para los martes
de Flamenco viene del Sur.
José Luis Navarro