viernes, 27 de noviembre de 2015

Por “La edad de oro” no pasa el tiempo



Por “La edad de oro” no pasa el tiempo, porque “La edad de oro” no es realmente un espectáculo. Al menos, no un espectáculo al uso y cerrado. Es, en realidad, una vivencia compartida. Tres artistas que se reúnen para divertirse un rato. Uno baila, otro toca la guitarra y otro canta. En realidad no hace falta más para hacer flamenco. Ellos se divierten y el público se divierte. Desde luego, un público libre de prejuicios y ortodoxias. Un público al que le guste el arte del flamenco. Porque, no cabe duda de que lo que baila Israel es flamenco. Flamenco a su manera, pero flamenco. ¡Qué lejos han quedado los tiempos en los que la mitad del público abandonaba el patio de butacas antes de que terminara el espectáculo diciendo airado que aquello no era flamenco. Creo que ya han pasado 16 años desde aquel 22 de septiembre del 98 en que Israel estrenó “Mira!” en este mismo teatro.


Por Israel, sin embargo, sí ha pasado el tiempo, porque pasar el tiempo para él es continuar enriqueciendo su baile con nuevas ocurrencias, que son otras tantas nuevas genialidades. Ocurrencias y genialidades que realiza con la más absoluta naturalidad. 

“La edad de oro” se estrenó el 26 de febrero de 2005, en el Festival de Jerez. Desde entonces se ha paseado siempre con éxito por más de medio mundo. Para su estreno y primera andadura Israel contó con Fernando Terremoto y Alfredo Lagos. Desde 2010, en que falleciese Terremoto, completa el trío David Lagos. Copio a continuación parte de lo que sobre este espectáculo escribimos allá por 2012, cuando publicamos Eulalia Pablo y Yo “Israel Galván. Imaginación en libertad” (Editorial Libros con Duende). 




"Israel condensa su baile a base de pinceladas que apenas rozan los 2 minutos de duración, porque, según nos dice, “Yo me siento incómodo bailando una soleá que dure 15 minutos… me aburre. El baile tiene que durar poco”. Son pinceladas que pone dónde, cuándo y cómo su imaginación le dice. Unas veces, se adelanta, solo, al cante y al toque y sirve de introducción o pórtico a la voz y a la música de la guitarra; otras, espera en la oscuridad a que Terremoto y Lagos creen el contexto propicio y necesario para asumir el protagonismo del concierto. Unas veces, baila al cante; otras, al toque; otras, se unen los tres para dar vida, juntos, al estilo que interpretan; otras, en fin, llena él solo los vacíos que dejan la voz y la guitarra. Baila, entonces, los silencios. Unos silencios densos que él a veces corta a base de pitos y percusiones dentales. 


La edad de oro es, en realidad, un campo de experimentación coreográfica, en el que Israel rompe, descompone y trocea la estructura coreográfica de cada baile. Empieza y se retira, para volver a dar otra pincelada. Hasta la guitarra de Lagos toca de forma intermitente, combinando la música con los silencios. Se inventa y crea así un esquema nuevo, más flexible, más espontáneo y, sobre todo, sorprendente e imprevisible.


La edad de oro es, pues, un recital íntimo de cante, toque y baile desnudos, esenciales. Israel y Lagos dan además unos apuntes de música española, poniendo formas a Granada de Isaac Albéniz y con Terremoto interpretan, dependiendo siempre del lugar o momento en que actúan, así como de lo que la inspiración o la imaginación les sugiere y dicta o del estado anímico en que se encuentran, soleares, seguiriyas, martinetes, fandangos, tientos-tangos, tarantos, bulerías por soleá, alegrías y bulerías.


Es además un recital al que no le faltan unas gotas de humor y de sorpresa. Se las ponen los tres intercambiando los papeles al final. Israel canta, Terremoto toca la guitarra y Lagos se da su pataíta”.


                                                                                                 José Luis Navarro