Israel
Galván y Akram Khan convierten Sevilla por dos días en la capital
mundial de la danza. No hay más que echar una ojeada a los teatros
que coproducen Torobaka
(Maison de
la Culture de Grenoble, Sadler Wells de
Londres, el Mercat de les Flors de Barcelona, Théâtre de la
Ville de París, Teatros de la Ciudad de Luxemburgo, Festival
Montpellier Danse 2015, Centro Cultural Onassis de
Atenas, Theatres on the Bay de Singapur
, Fundación Prakriti, Bienal de
Flamenco de
Nederland, Concertgebouw Brugge, Centro
Europeo para las Artes de Dresden,
Festspielhaus St. Pölten, Festival Romaeuropa)
para apreciar la trascendencia de este encuentro de dos primerísimas
figuras de la danza. Dos bailarines que aman la danza y que se
interesan por todas y cada una de sus manifestaciones.1
Cualquiera
diría al ver la foto de Jean Louis Fernandez que anuncia el
espectáculo que la obra sería una confrontación furiosa entre dos
formas de entender la danza, entre dos animales sagrados
representativos de dos universos dancísticos —“un
duelo feroz” lo llamaba Judith Mackrell en The Guardian
(4.11.2014)—. Nada más
lejos de la realidad —Torobaka
son solo sonidos sacados de un poema fonético de Tristan Tzara—.
La obra es una celebración jubilosa de la amistad.
Un intercambio
entre dos culturas milenarias con formas propias de danzar, dos
estilos de zapatear: el flamenco y el kathak. Un diálogo apasionado
y fascinante entre dos cuerpos privilegiados para la danza encerrados
en un círculo. Un juego lleno de guiños al humor. Israel zapatea
descalzo al estilo bengalí —la
percusión simultánea de Manjunat es otro hallazgo de Torobaka—
y Kahn hace zapatear
unas botas flamencas mientras Bobote le jalea. Luego, Israel con
zapatos flamencos y Akram con cascabeles en los tobillos bailan al
unísono. Se mueven hermanados por un mismo amor a la danza para
enriquecer sus propios vocabularios con nuevos gestos y movimientos.
Y
no solo eso. Torobaka
es además el
encuentro de dos formas de
marcar el compás, la tabla
de B. C. Manjunath y las
palmas de Bobote, y dos voces
luminosas, Carlos Azurza y Christine Leboutte, capaces de hacer
música con palabras y
sonidos de
muy diversas lenguas,
desde los
onomatopéyicos “tukutukutá”
y “nininana”
de resonancia hindú
a la alboreá, el
vito, el “Anda jaleo” y
“En el café de Chinitas”
lorquianos.
Torobaka
es finalmente un paso más de Israel hacia el templo donde habitan
los genios. ¿Cuál será el siguiente? No nos cabe la menor duda de
que otra genialidad de la que
también disfrutaremos con verdadera fruición.
Torobaka
se estrenó el pasado 2 de junio en Grenoble y ya se ha presentado en
los Teatros del Canal de Madrid (27-29.6.2014), el Mercat de les
flors de Barcelona (3-5.10.2014) y en el Sadler's Well de Londres
(3-8.11.2014).
José
Luis Navarro
1.
Israel ya lo hizo con la danza Butoh en El final de este estado de
cosas. Redux.