martes, 24 de febrero de 2015

Farruquismo en estado puro

“Flamenco viene del sur” arrancó anoche con “Mi herencia” de La Farruca, con El Carpeta como artista invitado, un recital basado en la versión presentada en la Sala Guirau del Teatro Fernán Gómez del Centro Cultural de la Villa de Madrid el 27 de diciembre de 2013.





Sin embargo, el verdadero protagonista de “Mi herencia” es Manuel Fernández Montoya “El Carpeta” (Sevilla, 1998). La Farruca, su madre, lo presenta, lo acompaña y lo arropa, pero es él el que revive sobre las tablas el baile que ha heredado de su abuelo. Un baile muy personal. Un baile temperamental. Un baile hecho a base de repetidas explosiones de genio. Zapateados electrizantes, redobles vertiginosos. Adornos fugaces. Cortes arrogantes y varoniles. Paseos y vuelta a empezar. No hay coreografía. Hay solo baile. Un baile que únicamente difiere de un estilo a otro en el compás al que se somete. Un baile que es santo y seña de una saga familiar. Así es como bailaba Antonio Montoya “El Farruco” (1) y esa es la esencia del baile de El Carpeta. Eso sí con una exultante juventud que deberá ir dejando paso año a año a la hondura y la serenidad.

Mi herencia” comienza por tangos, madre e hijo vestidos de blanco. Sigue un solo de guitarra y vuelve El Carpeta para enseñorearse del escenario él solo por alegrías y jaleos. La Farruca se viste de negro para cerrar el concierto por soleá. Fue muy breve. Apenas unos apuntes. Enseguida volvió El Carpeta para rematar su actuación. Después apareció La Faraona. Protagonizó una innecesaria escena cargada de sensiblería y muy mal resuelta desde un punto de vista teatral.

Atrás estuvieron la guitarra de Román Vicenti, la percusión de Celu y el cante, las palmas y los jaleos de David el Galli, Juan José Amador hijo y Juan Fernández.

                                                                                                José Luis Navarro

(1) Así he descrito su baile: “Era un juego hecho a base de marcados contrastes entre movimientos solemnes, pasos lentos, marcajes cortos, e inesperados y sorprendentes saltos y redobles, verdaderos latigazos, electrizantes calambrazos, auténticos chispazos de genialidad, que recortaba con desplantes plenos de arrogancia. Parecía como si incubase el fuego de la pasión hasta que, colmado el recipiente corporal, estallase en un frenesí orgiástico” (Historia del baile flamenco, Vol. III, pág. 250).