“Flamenco viene del sur” arrancó anoche con “Mi herencia” de La Farruca, con El Carpeta como artista invitado, un recital basado en la versión presentada en la Sala Guirau del Teatro Fernán Gómez del Centro Cultural de la Villa de Madrid el 27 de diciembre de 2013.
Sin
embargo, el verdadero protagonista de “Mi herencia” es Manuel
Fernández Montoya “El Carpeta” (Sevilla, 1998). La Farruca, su
madre, lo presenta, lo acompaña y lo arropa, pero es él el que
revive sobre las tablas el baile que ha heredado de su abuelo. Un
baile muy personal. Un baile temperamental. Un baile hecho a base de
repetidas explosiones de genio. Zapateados electrizantes, redobles
vertiginosos. Adornos fugaces. Cortes arrogantes y varoniles. Paseos
y vuelta a empezar. No hay coreografía. Hay solo baile. Un baile que
únicamente difiere de un estilo a otro en el compás al que se
somete. Un baile que es santo y seña de una saga familiar. Así es
como bailaba Antonio Montoya “El Farruco” (1) y esa es la esencia
del baile de El Carpeta. Eso sí con una exultante juventud que
deberá ir dejando paso año a año a la hondura y la serenidad.
“Mi
herencia” comienza por tangos, madre e hijo vestidos de blanco.
Sigue un solo de guitarra y vuelve El Carpeta para enseñorearse del
escenario él solo por alegrías y jaleos. La Farruca se viste de
negro para cerrar el concierto por soleá. Fue muy breve. Apenas unos
apuntes. Enseguida volvió El Carpeta para rematar su actuación.
Después apareció La Faraona. Protagonizó una innecesaria escena
cargada de sensiblería y muy mal resuelta desde un punto de vista
teatral.
Atrás
estuvieron la guitarra de Román Vicenti, la percusión de Celu y el
cante, las palmas y los jaleos de David el Galli, Juan José Amador
hijo y Juan Fernández.
José
Luis Navarro
(1)
Así he descrito su baile: “Era un juego hecho a base de marcados
contrastes entre movimientos solemnes,
pasos lentos, marcajes cortos, e inesperados y sorprendentes saltos y
redobles, verdaderos latigazos, electrizantes calambrazos, auténticos
chispazos de genialidad, que recortaba con desplantes plenos de
arrogancia. Parecía como si incubase el fuego de la pasión hasta
que, colmado el recipiente corporal, estallase en un frenesí
orgiástico” (Historia del baile flamenco, Vol. III, pág. 250).