sábado, 20 de septiembre de 2014

Dos bailes, dos sentimientos.

Quizá uno de los peligros del baile flamenco que aflora hoy es el mimetismo que limita y empobrece peligrosamente la riqueza y variedad de nuestro arte. Los mismos montajes, las mismas salidas, los mismos zapateados y mudanzas para expresar los muy distintos sentimientos que caben en la amplia gama de palos que atesora su legado artístico. Se eliminan momentos y elementos importantes como silencios, falsetas y marcajes, abusando en cambio de zapateados y remates, desequilibrando lastimosamente la balanza de un baile.
 
Afortunadamente, no siempre es así. Anoche la imponente figura de Diaa Eddin llenó por completo el escenario del Garufa para expresar de manera clara y rotunda dos sentimientos opuestos y lo hizo, eligiendo los palos adecuados para ello.
 
Dramatismo, compostura y técnica fueron los atributos de su seguiriya. No necesitó aspavientos para dejar al descubierto lo que había en su interior. Hizo un baile bien estructurado en el que demostró conocimiento y un arduo trabajo, como sucede con la mayoría de los artistas que proceden de la fundación Cristina Heeren. ¡Qué excelente labor en la formación de sus alumnos están haciendo!  
 
 
En la segunda parte, retomó su baile por alegrías. Y desde el minuto uno se podía percibir que su estado anímico había cambiado. Su cuerpo se vistió de fiesta y sus movimientos, como era de esperar, transmitían  júbilo, desenfado  y libertad.
 
 
Con él colaboraron eficazmente la guitarra de Alberto López, el cante de Paz de Manuel, Eliza y Anieta a las palmas y María Zirión al cajón.
Eulalia Pablo