Desde luego hacía una noche la mar de desapacible, como para
quedarse en casa. Llovía y a Sevilla habían llegado los primeros fríos. Cuando
llegamos a la Sala Garufa no había ni un alma. Luego llegaron un par de
parejas. Nada. Lo que se dice cuatro gatos. Así que nos temimos que habíamos
perdido el tiempo. Y es que en esta actuaciones "a taquilla" es
demasiado habitual que si no hay apenas gente, es decir, si la perspectivas de
ganar unos eurillos se tornan lejanas, muchos artistas jovencitos se quitan el
mono de trabajo y se marchan a su casa. No parece que los conceptos
"respeto" y "público" tengan mucho significado para ellos. Ninguno
diría yo. Fue lo que ocurrió el pasado martes en La Caja Negra.
Sin embargo, Cristina Soler e Idan Balas dieron un ejemplo
de madurez artística y profesionalidad. Se ve que el haber conseguido el pasado
verano un premio en el Festival Nacional del Cante de las Minas imprime ya el
carácter de artista o simplemente que ellos son así. Y así es como llegarán
donde quieran.
Balas abrió la noche con una soleá en la que puso detalles
de su forma de entender la guitarra. Va por muy buen camino este descendiente
de los sefardíes que hace siglos tenían su casa en Sevilla y tuvieron que
marcharse a Marruecos.
Cristina empezó por tangos y luego hizo una guajiras largas,
cadenciosas, llenas de musicalidad y conocimiento. Dijo que iba a rematar por
alegrías, pero quiso regalar algo más a su escaso público e hizo unas bulerías.
Fue un concierto completo y hecho con gusto. Todos les agradecimos el rato tan
bueno que nos habían hecho pasar.
Y para que ustedes no sean menos, aquí tienen la soleá de
Idan y esas espléndidas guajiras de Cristina.
José Luis Navarro