En Tuétano hay
baile, pero no es un espectáculo de danza. Hay baile, porque Andrés Marín es
bailaor y esa es su forma de expresarse. Tuétano
es una obra dramática en la que Marín reflexiona sobre la sociedad y el hombre
actual, sobre una sociedad “anestesiada” ─así
la define él─ y sobre el
hombre que solo obedece a sus instintos. Porque, como decía Antonin Artaud y
Marín repite, "Para mí todo lo que procede de la
razón no es de fiar. Creo sólo en la evidencia de lo que mueve mi tuétano, no
de lo que se dirige a la razón". Tuétano
es pues un grito de inconformismo. Una obra honesta y sincera que denuncia
los engaños del hombre deshumanizado. Un viaje hacia sus mismísimas entrañas y
un regreso a su animalidad. De ahí las gallinas que se mueven a sus anchas por
el escenario y la que corona su sombrero de copa. Símbolos de una arcadia
pastoril, de una inocencia perdida.
Foto: A. Acedo. Cortesía de la Bienal |
Todo está presente sobre el escenario. La música estridente
de la percusión de Luis Tabuenca y la guitarra eléctrica de Raúl Cantizano.
Excelente. La voz enrabietada de Tomasa la Macanita. Desgarradora, hiriente. El
baile racial de Concha Vargas. A la vez instintivo y codificado. Y Andrés Marín
que baila y baila, que nos deslumbra con un riquísimo vocabulario personal. Un
baile que llegó a alcanzar momentos de una insospechada y sobrecogedora belleza
plástica ─la rondeña de
Ramón Montoya desarmó nuestras defensas intelectuales y nos hizo volar por las
regiones de una estética de la confrontación─.
Tuétano se estrenó
el 23 de junio de 2012 en el 32 Festival de Danza de Montpellier.