La Bienal ha apostado muy fuerte al encargar a Juan Kruz la
dirección de la obra que, producida por el festival sevillano con la colaboración
del Mercat de les Flors barcelonés, se estrenó anoche en el Teatro Central.
Nadie pone en duda el prestigio del bailarín, coreógrafo,
contratenor, pianista, acordeonista y especialista en música antigua vasco,
aunque sus vínculos con el flamenco hasta ahora hayan sido inexistentes. Su
relación con la compañía berlinesa de Sasha Waltz avalaba, sin embargo, su
capacidad para afrontar casi cualquier desafío artístico.
Foto A Acedo. Cortesía de la Bienal |
Se enfrentó al mundo del romancero con una mirada nueva, desacralizadora,
llena de desenfado y buen humor. Demostró una casi inagotable imaginación para
enseñarnos todo lo que se puede hacer con unos cubos, un par de sillas, un
tablero, una gasa blanca, una cuerdas y un poco de agua. Pero, desde ese
arranque anunciando una suelta de vaquillas con Estévez de cuerpo presente —¡extraño
velatorio!—
hasta el cierre con él y Paños tendidos por los suelos —de nuevo la muerte, resultado
cierto de las luchas fronterizas de que hablan tantos romances—,
pasando por ese cómico encuentro bélico que, armados con un par de sillas,
protagonizan nuestros bailaores, el tratamiento que se da a una de las fuentes
indiscutibles del cante jondo no fue todo lo flamenco que muchos habrían
esperado. En realidad, Kruz hizo casi una parodia del romancero, entretenida a
ratos; aburrida en otros. Solo algo —poco— que ver con ese mundo del
romancero que nos habla, en palabras del mismo Kruz, "de pérdida, de
exilio, de separaciones, de aspiraciones, de vidas hechas y deshechas, de
melancolía y de dolor de vivir", que solo estuvo presente en la voz de
Sandra Carrasco.
Los protagonistas cumplieron con creces los papeles que les
diseñó Kruz. La cantaora onubense se pasó más de una hora cantando romances,
aunque algunos quedasen reducidos a un puro susurro hecho con un hilillo de voz.
Rafael Estévez y Valeriano Paños hicieron de todo: actuaron, hablaron alto y
claro, discutieron —Estévez se ensartó con Sandra en una graciosa pelea de
verduleras—,
contaron y escenificaron romances, zapatearon e hicieron sus pasos a dos con
sus vueltas y giros marca de la casa.
En resumen: una investigación original por atípica.