Por fin se ha estrenado en Sevilla la última obra de Israel Galván, La curva. Han sido dos días con el Teatro Central lleno hasta la bandera de un público dispuesto a dejarse seducir por las genialidades del bailaor sevillano. Un público que siguió con religioso silencio los lances de la obra. Un silencio solo interrumpido por las tímidas risas ante lo que entendía que eran rasgos de humor de la obra, que no siempre lo eran.
Fotografía: Félix Vázquez |
La curva, como toda la obra anterior de Israel, es un documento abierto en el que él, fiel a sí mismo, sigue dando rienda suelta a su imaginación, investigando y explorando nuevas posibilidades, inventando novedades e incorporando ocurrencias. Un espectáculo siempre renovado que crece y se enriquece con cada representación.
Fotografía: Félix Vázquez |
Fotografía: Félix Vázquez |
Es, fundamentalmente, un viaje —de ahí las repetidas llamadas al taxi— desde los rescoldos primigenios de la estética gitana de Lebrija —el sentimiento de Inés Bacán y el compás de Bobote— a la vanguardia musical del XXI —el piano contemporáneo de Sylvie Courvoisier—. Idas y venidas y fastuosos encuentros. Esos han sido los momentos que más he disfrutado.
Entre las novedades que Israel ha añadido a esta Curva (véase la entrada anterior en la que describimos el espectáculo), destacamos el homenaje que hace a Antonio Ruiz Soler y su martinete subido ahora a una mesa-pedestal sobre la que funde los redobles del maestro sevillano, leitmotiv del zapateado, con las figuras israelianas que esculpe. Una concesión además al riesgo físico que supone taconear sobre una mesa inestable, como ya hiciese con el martinete-seguiriya que bailó sobre una plataforma articulada en El final de este estado de cosas.
Otras novedades, también con riesgo incluido, son las patadas que da contra la mesa volcada y que interpretamos como un recuerdo a ese número dedicado al fútbol que Vicente Escudero hiciese en 1924, así como esa ocurrencia intencionadamente humorística de pedir “una de flamenquín”, sin que nadie se lo pudiese esperar.
Fotografía: Félix Vázquez |
Una vez más, Israel nos ha hecho sentirnos en el epicentro de la experimentación dancística de la cultura universal.
José Luis Navarro
Fecha: 24 y 25 de febrero de 2012.
Lugar: Teatro Central de Sevilla