viernes, 17 de febrero de 2012

"La Curva" de Israel Galván

Con ocasión del próximo estreno en Sevilla de La curva de Israel Galván (Teatro Central, 24 de febrero), traemos aquí, a modo de previo, el capítulo que le dedicamos a este espectáculo en nuestro libro Israel Galván. Imaginación en libertad, que será publicado en breve por Libros con Duente, S. L. Las ilustraciones son de Félix Vázquez y el texto dice así:

La Curva

La curva, el último espectáculo de Israel hasta la fecha, se estrenó el 7 de diciembre de 2010 en el Teatro Vidi de Lausana (Suiza). Fue la primera puesta en escena de una obra que, como todas las de Israel, evolucionará y se enriquecerá con el paso del tiempo. Su estreno en España será el próximo 29 de abril de 2011, en el Teatro Cuyás de Las Palmas de Gran Canaria, coincidiendo con el Día Mundial de la Danza.

Para esta versión Israel ha contado con la voz de Inés Bacán, el piano de la suiza Sylvie Courvoisier y las palmas de Bobote. La dirección escénica fue de Txiki Berraondo, las luces de Rubén Camacho y el sonido de Félix Vázquez (1).

La curva es una nueva mirada a Vicente Escudero. Al Escudero que bailaba a los sonidos que le daba el piano de Marguerite Monnot. Al Escudero que estrenó en París, en un teatro que se llamaba precisamente La Courbe, un espectáculo sin precedentes en el mundo del baile flamenco: la danza de los motores. En ese concierto, Escudero dedicaba un número al fútbol —la gran pasión de Israel— y hacía también un zapateado que pretendía imitar el ruido de una pirámide de sillas al caer al suelo. Una ocurrencia que ya ha llevado a la escena Israel en las últimas versiones de Solo.

Pero La curva es mucho más que el recuerdo de un teatro parisino. La curva es un conjunto de líneas que unen lo distinto y lo distante. Líneas que se encuentran y entrecruzan conformando figuras geométricas insospechadas y exóticas. Líneas por las que Israel se mueve entre límites extremos, por las que camina de Vicente Escudero a Antonio Ruiz Soler, de los ecos del cante con sabor a siglos de Inés Bacán a la música contemporánea de Sylvie Courvoisier. Líneas que se buscan y se entrelazan. Continuos desplazamientos estéticos de una a otra manifestación musical. Un constante ir y venir que Israel alterna con silencios íntimos y personales. 


Inés Bacán pone el sonido antiguo de la tradición gitana, Bobote la esencia del baile flamenco, el compás, y Silvie Courvoisier una música a veces obsesiva, otras tierna y sutil, otras airada, siempre jonda y rítmica; una música que ya se había inspirado en la danza y que ahora inspira y acompaña el baile flamenco de Israel. 


La obra es, pues, en palabras del mismo Israel:
una visita a mi espacio artístico natural, ese espacio que hay entre el flamenco más profundo, representado por Inés Bacán, y el territorio contemporáneo que ofrece Sylvie Courvoisie y que al fin al cabo es el espacio creativo donde me muevo a la hora de concebir mi trabajo.

Y hay aún más. Israel ha querido moverse entre dos sensibilidades de mujer: Inés y Sylvie, que para él simbolizan la madre y la amante, la tierra y el aire. Es además, como él dice, un viaje desde una fiesta gitana de Lebrija a un club de jazz de Nueva York, que hace acompañado por su taxista, Bobote.
La curva, una nueva aventura y un regreso a anteriores experimentos, tiene tres antecedentes claros: Tábula rasa, las últimas versiones de Solo y la actuación de Israel en la conmemoración del 20 aniversario del Museo Reina Sofía. Del primero, reproduce su esquema estructural: a un lado la voz de Inés Bacán con las palmas de Bobote, a otro el piano de Sylvie y en el centro Israel. Del segundo, utiliza varias de sus ocurrencias: el juego escénico de las pilas de sillas, el baile con una silla al cuello, el diálogo consigo mismo, el baile sobre el montón central de resina. Del tercero, recupera el baile de Vicente Escudero y el de Antonio Ruiz Soler.

La obra se inicia con los cuatro intérpretes de espaldas al público. Luego, Sylvie y Bobote se dirigen al piano e Israel, que viste una chaqueta de cuero amarillenta, se acerca a una pila de sillas metálicas y la empuja. Caen con estruendo. Coge una, la coloca en el centro del escenario y llama  a Inés para que se sienten en ella y la obra comienza. Israel pasa a primer plano, baila en silencio, se acerca a Sylvie, le entrega lo que entendemos que es la llave para abrir el espectáculo. Va al lateral izquierdo y tira al suelo una plancha metálica que está allí apoyada —otro recuerdo para Escudero—. Sobre ella se funden el sonido de sus pies y el piano de Sylvie, que a veces suena a guitarra. Rasgueos y falsetas. Zapateados y figuras con el sello de Israel.


La escena siguiente tiene por protagonista a Inés, con los nudillos y las palmas de las manos de Bobote que marcan el compás sobre la mesa. Una ronda de soleares y seguiriyas desnudas, a palo seco, con sabor a tierra, que remata el piano de Sylvie.


Israel se acerca a la mesa y, con la voz de Inés y el compás de Bobote, se marca unas bulerías, juguetonas, chispeantes de compás y travesuras.



Reivindica después la figura de Antonio, pañuelillo al cuello incluido, reinterpretando con absoluta maestría los famosos redobles por martinete que el creador de ese baile diese en el tajo de Ronda.


Baila después las notas obsesionantes del piano de Sylvie, a las que se incorporan las palmas de Bobote. Inés, acompañada del piano de Sylvie, canta una nana e Israel se mete dentro del espacio virginal lleno de resina blanca dispuesto en el centro del escenario y baila dentro de un pequeño receptáculo que empieza siendo “ruedo” para convertirse después sucesivamente en balón, pandero y escudo.



Hay un cambio de luces. Todo se va oscureciendo excepto el piano, que se erige entonces en protagonista único. Israel se ha sentado en el suelo y todos lo escuchan inmóviles.


Israel baila primero en silencio sobre el recipiente, después, con el acompañamiento de Bobote lo hace por fiesta. Bobote tira otra pila de sillas. Israel mantiene una conversación consigo mismo —”Le public c’est la mort?/La mort c’est le public”—, sentado frente a una silla vacía y cambiando de lugar para representar a su otro yo. 
 


Baila con una silla al cuello. Inés canta unas sevillanas e Israel las baila.


Sylvie martillea palmas en el piano, se incorpora Bobote e Israel baila su música, incluida una marcha militar, luego baila, juega, lanza al aire la resina blanca y se revuelca en ella. Comulga con la tierra. 


Israel pone un intempestivo e inesperado rasgo de humor diciendo con toda seriedad: “Un cordon blue” (2). Se sienta y se quita los zapatos, mientras Inés canta un tango argentino acompañada al piano. Israel se acerca a la mesa y se sienta. Él y Bobote le marcan el compás al piano de Sylvie. Luego, se levantan y bailan en pareja. 

Cogen sus chaquetas de cuero y salen a lo torero, dando una vuelta al ruedo. 


Quedan las dos mujeres. Inés en silencio y Sylvie haciendo su música, hasta que cae la pila de sillas que todavía quedaba en pie y se apagan las luces.Cae el telón.

La curva llena el escenario de sonidos diversos y alejados entre sí. Unos sonidos que Israel funde y hermana con su baile. Es una mirada atrás y un salto adelante. Israel, cada vez con un bagaje más rico en inventos y recursos dancísticos se adentra en nuevos territorios musicales y estéticos para seguir rompiendo esquemas y componiendo insospechadas y audaces figuras flamencas.



José Luis Navarro y Eulalia Pablo

Notas
1. La producción es de A Negro y el Théâtre de la Ville de París.
2. “Cordon blue” es la insignia de la Orden del Espíritu Santo a la vez que una de las
escuelas de gastronomía más famosas del mundo.