Antes de que se alzara el telón del Teatro Alhambra para la representación de El tricornio de Manuel de Falla, Félix Fernández el Loco interpretaba la farruca del molinero que él había soñado, en la iglesia de San Martin-in-the-Fields. Fue un acto de rebeldía y un desahogo necesario. En esa farruca el bailaor sevillano se vació de todo el coraje y la frustración que le causó el no verse anunciado en los carteles de El tricornio la noche del estreno. Y es que cuando comprobó con sus propios ojos que él no iba a bailar ese número tantas veces soñado por él, abandonó el teatro enloquecido y se plantó ante el altar de esa iglesia. Y bailó y bailó hasta que, casi exhausto, la policía consiguió llevárselo de allí. Esa noche terminó de hacer realidad el nombre con el que era conocido artísticamente. Félix Fernández pasó los últimos veinte años de su vida recluido en el asilo Long Grove de Epsom. Murió en 1941.
De no haber sido por su encuentro con Diaghilev no sabemos si hoy recordaríamos el nombre de Félix Fernández García[1], un artista nacido en Sevilla en 1896 a quien sus contemporáneos llamaban El Loco. Félix había sido alumno de José Molina y actuaba en los cafés cantantes que seguían abiertos a finales de los diez. Era un bailaor misterioso, imaginativo y exaltado, que se ensimismaba en su baile y se olvidaba de todo, entregándose a verdaderos delirios de flamencura. Ángel Álvarez Caballero, creo que con toda justeza, le llamó iluminado místico[2]. Una noche le vieron bailar Diaghilev y Massine y quedaron subyugados. Aquella noche cambió el rumbo de su vida. Desde ese día Félix el Loco entró a formar parte, como maestro de bailes flamencos[3], de los Ballets del empresario ruso. Él enseñó a Massine a sentir el baile que debía transmitir las esencias de los amores y amoríos andaluces.
De su estancia en Londres y de sus relaciones con los miembros de la compañía rusa se cuentan muchas anécdotas. Todas reflejan su peculiar carácter y la jondura y entrega absoluta a la hora de interpretar un baile. Tamara Karsavina, la bailarina que encarnó el papel de la molinera en el estreno de El tricornio, recordaba que[4]
Diaghilev, con el fin de inspirarme en la composición de mi nuevo papel, me pidió que fuera a verlo bailar en el Savoy, de Londres. Era muy tarde cuando, después de cenar, bajamos al salón donde Félix se puso a bailar. Le observaba con admiración y estupefacción, boquiabierta, meditando sobre aquella aparente reserva detrás de la cual presentía el instinto impetuoso de un semisalvaje. Sin hacerse rogar, Félix ejecutó baile tras baile y cantó los cantos guturales y nostálgicos de su país acompañándose a la guitarra. Me sentía entusiasmada: olvidé que nos hallábamos en la sala del gran hotel hasta que los camareros, en voz baja, nos hicieron notar que era demasiado tarde y que el espectáculo debía terminar. También se dirigieron los empleados a Félix, pero éste no les hizo caso: su espíritu volaba muy lejos. Con las luces apagadas siguió como un poseso...
[1]. Véase Historia del baile flamenco, Vol. 2, Signatura, Sevilla, págs. 44, 45-47.
[3]. En el contrato que firma con Diaghilev en Barcelona, en agosto de 1918, se dice, en la cláusula undécima: Con independencia de todas las obligaciones que por este contrato pesan sobre el Sr. Fernández, toma este muy especialmente sobre sí la de enseñar el baile y danzas españolas a los otros artistas de la Compañía, bien porque hayan de representarse obras de asunto español o porque la Dirección lo juzgue así oportuno en cualquier espectáculo.
[4]. Texto citado por J. Blas Vega y M. Ríos Ruiz en su Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Flamenco, Cinterco, Madrid, 1988.