martes, 14 de junio de 2011

Carmencita Dauset

Hace apenas un mes que publicamos un libro sobre Carmencita Dauset (a la derecha tenéis la portada). En él dábamos cuenta de su aventura americana. Para ello habíamos consultado cuanto en su día se dijo de ella en el New York Times, el rotativo estadounidense más importante de aquel momento. Sabíamos que había mucha más prensa y teníamos la certeza de que mucho más se tuvo que haber escrito sobre nuestra bailarina. Por eso, supuso para nosotros una gran satisfacción conocer los primeros frutos de la investigación que José Javier Bravo está llevando a cabo in situ. Y por eso nos alegra dar a conocer aquí, a modo de primicia, un recorte periodístico aparecido en The Sun, el 13 de abril de 1890, y que forma parte de tan espléndido trabajo. Coincide básicamente con el texto que James Ramírez publicó sobre ella en 1890 e incluye 7 magníficos dibujos que ilustran con precisión las características de su baile.
Carmencita, la bailaora.
Un meteoro ardiendo en el cielo.
La sensación del momentoSu propia historia y puntos de vista explicados por ella mismaCómo apareció en casas privadas y en estudios de artistas como la fantasía del momentoSu encuentro romántico una tarde con Handite.
Carmencita, la bailarina de “Kosters and Bial’s” es incuestionablemente la novedad del momento entre  los artistas y de la sociedad folklórica de Nueva York, así como para toda una multitud de amantes de la diversión. Antes que ella, otras bailarinas han bailado y fascinado, ya fuese por medio de su agilidad peculiar o por su gracia lánguida,  pero ni unas ni otras tienen los dones de Carmencita. Sus actuaciones están hechas a base de todo tipo de cualidades que el cuerpo humano puede expresar: gracias, flexibilidad, fuerza, pasión; todas se encuentran en sus bailes, en su fuerza, pero controladas por una individualidad lo suficientemente llamativa como para hacer dudar al espectador sobre si está siendo fascinado por la mujer o por la bailarina. Ella baila, se balancea, gira con un encanto infinito; pero su animado espíritu nunca se pierde de vista. El fuego aparece debajo de ella, en cada modulación de su cuerpo, tan claro  como en sus ardientes ojos. Ella no se siente obstaculizada por las severas tradiciones de las viejas reinas del ballet, a quienes nuestros abuelos adoraban. Se permite alcanzar tal fervor y rapidez en su estilo, que sin duda han hecho que Taglioni sacuda su mano con motivo de rechazo; sin embargo ella nunca abandona su gracia. Incluso, en sus más apasionados momentos es una energía certera y un esplendor de movimiento, el fuego de una extraordinaria personalidad que se apodera de la mente de los espectadores y los deja encantados, sacudidos y mistificados con el poder de su esfuerzo.
Ella es la armonía encarnada de la forma y el movimiento. Es el arte personificado; no el arte del profesor de ballet, sino el arte de la naturaleza. Escultores y pintores  se reúnen alrededor de las mesa de cerveza, en la sala de conciertos, para estudiar las aptitudes y los movimientos de esta maravillosa señora de Málaga; anotan las formas de  esta esplendida modelo, de la misma manera que lo harían sentados en sus estudios.
La parte más inteligente de la sociedad no ve a Carmencita con el análisis crítico de los artistas, pero van a “Kosters and Bial’s”, o irán a largo plazo.  De hecho, están empezando a gotear por allí en grupos, porque la fuerza de su atracción se está volviendo irresistible; y porque visitar una sala humeante de conciertos es una novedad para las grandes damas, una novedad picante y excitante. Igual que para los cuarenta mil, los buscadores de diversión cuando se va la luz; que van al espectáculo sin grandes conocimientos de arte, solo porque Carmen les agrada con algo vivaz, único y sorprendente en su efecto. Ellos saben que les gusta, aunque no pueden explicar su admiración acorde con los cánones de la crítica artística.
Es normalmente diez minutos antes de las diez cuando Carmencita sale cada noche al escenario de Koster and Bial’s. Su actuación transcurre en medio de una obra burlesca, y las niñas que aparecen sobre el escenario se hacen a un lado para dejarla paso. Ellas van vestidas con leotardos y drapeados al estilo ateniense; su presencia es el fondo perfecto para la hermosa y joven española, en la que de repente se fija la atención, sobre todo por el saludo que siempre hace en su primer revoloteo en el escenario. Es un parpadeo de ojos radiantes, una sonrisa tejida delicadamente en sus labios; su cuello es como un cisne flexionado, un giro de su cuerpo, un impulso extraordinario con la gracia de la realeza. Si el arte del movimiento físico alcanza una perfección mayor que sencillamente en su clamada entrada, no ha sido revelado para nuestros ojos o percepción.  Después de descender unos pocos escalones desde el fondo del escenario avanza hacia las candilejas con una excelente pose, si podemos llamarla así, y la gracia del movimiento solo podría atribuirse a una obra maestra de Phidias, en la cual se había respirado el aliento de la vida. Lleva un vestido largo de lentejuelas cubriendo unas blancas enaguas. Su falda llega casi hasta los tobillos, y solo se alcanza a ver un poco de sus calcetines. Sus zapatos son bajos, pero sus talones son como zancos. Si estás sentado a la distancia correcta de las candilejas, la bailarina parece como un brillante pájaro esquivo, revoloteando a la luz en el escenario. Puedes ver la hermosura del color negro azabache de su pelo, sus gloriosos ojos, cuya profunda oscuridad se mezcla como fuego líquido, se aprecian las ondulaciones de su figura,  los colores alegres de su traje y sus decoraciones mientras baila: una brillante mujer española. Pero esto es solo por un momento, permanece como una orquídea antes de que se mezcle con la brisa, y luego, mientras la orquesta entra en un suave y lento movimiento español, ella empieza a bailar. El brío y el fuego, rapto de su acción, son intraducibles, no pueden ser pintados con un pincel. Encantan al temperamento del artista, satisfacen al  que anhela algo nuevo, confunden a quienes solo pueden entender el ballet ordinario. La extraordinaria flexibilidad del cuerpo, de esta preciosa criatura que se retuerce y gira como una bufanda de seda agitada y arrojada por un espíritu lleno de júbilo, la rapidez de un atleta con sentimiento de triunfo, permiten contemplar un control de la física con una gracia que asombra.
Viendo sus rápidos y sinuosos movimientos, o su lento cambio de aptitudes, uno pierde la vista de la técnica de su arte. La llaman bailarina, pero es mucho más; es una niña espléndidamente formada, con una flexibilidad natural en la que todas las posiciones, todo movimiento, es la gracia de la libertad. Una niña a la que la sangre de la uva de España le ha dado la pasión del vino, una niña cuya objetivo es el deleite. En el teatro en el que ahora aparece, está en el escenario durante cinco minutos; si fuera por ella, bailaría para quien se lo agradeciese durante media hora. Algunas noches se encuentra en un estado de ánimo glorioso, y baila más de diez minutos. Dice que lo hace por ella y por sus espectadores.
Los dibujos que acompañan este artículo intentan sugerir a la imaginación algunas de sus poses. Cuando ella ejecuta uno de sus bailes se levanta sobre sus piernas y levanta un pie. Pero pronto todas las partes de su cuerpo entran en movimiento, y pareces cautivado por la ondulación de su torso y de su cabeza, más que por el movimiento de sus piernas. Ella gime y se  retuerce desde la punta del pie hasta su pelo negro. Se inclina hasta que su cabeza casi toca su espalda. Se agacha, brota y se sacude después de este conjunto de movimientos. Empieza otros agarrando los bordes de su falda, y paso a paso con orgullo, con un toque rápido, entra como un torbellino desconcertante del cual solo puedes vislumbrar un poco de sus calcetines rosa y un poco de sus blancas enaguas; y luego, cuando uno se dice ¡que excéntrica fase!, la música para y ella desaparece.
Carmencita vive con algunos españoles más en una espaciosa casa de ladrillo antiguo, a doce cuadras del teatro. No vuelve inmediatamente a casa después del espectáculo. Detrás del escenario del  “Kosters and Bails’s” hay un local de vinos, bien conocido por la mayoría de los hombres de la ciudad gracias a su revestimiento de corchos de champán en la pared; y allí, todas las tardes, alguien espera para ver a Carmencita después de salir de su camerino. Estas personas no son la clase de personas que van tras las diosas de faldas cortas. Los “Johnnies” y los “Chappies”[1] no se han apoderado de Carmencita, quizás porque no habla inglés, quizás porque ella no les quiere; pero lo más probable es que no son capaces de pagar por una bailarina ordinaria, solo quieren hablar con esta dama española y están dispuestos a pagar por el favor. Algunos de estos admiradores son artistas, y otros son amigos de artistas u hombres con anhelo artístico. De vez en cuando hay compañeros ricos por allí. Compañeros que han oído hablar de Carmencita y quieren verla con sus propios ojos. Ver a la chica de la que tantas extravagancias se hablan, y que están en boca de todos; en las cafeterías de los clubs y en cualquier sitio en que los hombres se juntan para hablar. Toda la última semana Carmencita fue invadida por estas personas.
Normalmente Carmencita regresa a su camerino inmediatamente después de bailar, y cambia su burlesco traje por un vestido sobrio negro. Luego permanece en la sala de recepciones por un momento, otras noches se sienta con unos de esos hombres que la esperan, y habla con él durante una hora mientras clava un corcho en la pared. Pero, esta tarde, ha tenido un compromiso para ir al estudio de un pintor a las once en punto, hasta media noche. Así fue que el artista, de blanco y negro, solo tuvo una corta conversación con la bailarina de comedia; y cuando terminaron se marchó en su transporte. Dos estudiantes españolas estaban con ella, una con una mandolina, la otra con una guitarra. Llegaron al estudio unos minutos antes de la hora, y encontraron al artista esperando. El estaba con siete amigos, tres hombres y cuatro mujeres, había algo de comer y de beber. Carmencita posó y bailó hasta la medianoche. Bailó en una alfombra rugosa, y dejó su pasión desmadrarse. Sabía que quienes estaban mirándola eran gentes no acostumbradas a su baile; y la inspiración de ese grupo de ocho, era como incitar a la de un millar de espectadores menos cultos. Durante la actuación, fueron tomadas una docena de fotografías con un flash de luz. Serán reveladas esta semana, y para aquellos que estuviesen en aquella velada nocturna serán suvenires de un peculiar interés. Era la una de la mañana cuando Carmencita, acompañada por las estudiantes españolas, llegaron a su alojamiento. Al día siguiente se levanta  a las 10 de la mañana, y a mediodía va al estudio de Sargent, que está pintándole un cuadro. Tres horas después está de camino hacia la casa de un líder de la sociedad americana, para bailar y entretener a esta gente que ella considera  arrogante. A las cinco de la tarde se marcha a la  casa de otra de las mujeres de moda, esta vez para dar lecciones a cuatro mujeres, ¡Oh, qué alumnas, cómo lo hacen!, nos dice. El vals, la cuadrilla, o cualquier baile convencional lo bailan con algo de pretensión, de gracia. Pero en sus mejores intentos, para hacer lo que Carmencita les enseña, son tan torpes que la española no puede apenas reprimir sus risas. Y cuando después de una hora abandona a las alumnas; están cansadas de sus esfuerzos cuando ella está todavía fresca y viva. Son las siete de la tarde, ahora Carmencita cena; y un poco antes de las nueve aparece en su habitación de “Kosters and Bial’s para vestirse para la obra.
Así fue como pasó uno de sus días de la semana pasada; el resto son muy parecidos. Carmencita ha sido la figura principal en muchas cenas en alojamientos de solteros, ha aparecido en muchas recepciones en estudios, donde el número de mujeres era mayor que el de los hombres; y se afirma que entre los cuatrocientos asistentes tiene treinta pupilos. “Kosters and Bial’s” ha sido siempre más frecuentado por hombres que por mujeres. La puerta de la orquesta está salpicada de pequeñas mesas, alrededor de las cuales los hombres, mayores o jóvenes, se sientan y beben cerveza mientras ven una gran variedad de actuaciones en donde las chicas, que dejan sus vestidos en el camerino, juegan un papel importante. A lo largo de cada pared lateral, y al final de la casa, hay un balcón dividido en cajas con cortinas. Estos compartimentos se encuentran en gran demanda desde que Carmencita llegó, y casi cada noche dos o más se llenan  de fiesta con mujeres. Las mujeres más audaces empezaron las visitas a la sala de conciertos, y después de dos o tres fiestas, el secreto se había revelado; y se ha convertido en la manera más inteligente de atraer a las masas, que arropaba a dos o tres hombres discretos para ver bailar a Carmencita a través de unos de las cajas. Si la muchacha sigue así, no pasará mucho tiempo antes de que el número capaz de satisfacer su locura sea tan grande, que no harán ningún caso el día de su marcha. Más de una mujer dijo que va más gente a ver a Carmencita que a escuchar a la Patti.
Ella siempre viste faldas largas, no es una pateadora. En su baile no hay nada de esa vulgaridad manifestada por algunas bailarinas con falda, nada de esos eventos baratos para hacer dinero fácil. Ella es solo una bailarina, tal como Delsarte, el  apóstol de la cultura física, hubiera creado. No tiene todavía veintidós años, y la caliente sangre española que corre por su esculpida figura, le ha dado una individualidad de mérito artístico muy honesta; lo que hace innecesario acercarse a lo sensual para ganarse el aplauso del público. No es la bailarina que lleva la sonrisa forzada en la boca y asume la gracia estudiada de los estrenos comunes para los que los aficionados al teatro han sido acostumbrados desde que la Elssler y la Taglioni dijeron adiós. Pero con sonrisa o sin sonrisa, la cara de la chica española es un cuadro para mirar de lejos; y su caminar es una esplendida fase de movimiento puro. Si Carmencita se cayese por las escaleras se caería con una gracia encantadora, y no habría dos caídas iguales.
Carmen Dauset es su nombre completo, y Carmencita es solo su título en el escenario, nació en Almería, cerca de Sevilla. Su familia era bastante prospera y su padre y su madre todavía viven en una tierra que poseen en España. La pequeña Carmen fue como cualquier pequeña niña española hasta que llegó el momento de afirmar su independencia, levantarse y caminar por sí misma. Su gente cuenta cómo les sorprendió caminando a una edad muy temprana, no común en los niños de su edad, con torpeza y dubitativamente, pero con una decisión que parecía haber nacido de la experiencia. Sus vecinos vieron cómo su caminar era como un baile en sí; y en Almería, a la gente mayor les gusta contar que cuando Carmencita era una niña la vieron como una promesa de futura grandeza. Cuando tenía ocho años, en 1875, la pequeña Carmen fue llevada al colegio a Málaga. Durante cinco años esa fue su casa. Durante ese tiempo, estudió el arte de la danza en una escuela regular de danza en Málaga. Las clases le costaban cuarenta dólares al mes, era una gran cantidad para el dinero que tenían sus padres, pero algunos amigos la ayudaron, y su genio progresó de manera asombrosa. Cuando tenía doce años era una excelente bailarina, incluso entre las chicas cuyos ancestros del sur les daban toda la gracia de los animales salvajes, que los hacen bailarines desde el nacimiento. Carmencita dice que sabe que era algo más que una chica con éxito, pero ella nunca soñó con ser famosa en las ciudades de Europa y de América. El primer escenario en el que apareció fue en el del Teatro Cervantes de Málaga. Eso fue en 1889, y se convirtió en un triunfo instantáneo. Y ganó más que la simple distinción; introduciendo nuevos bailes, movimientos preciosos de su propia creación. A uno de ellos le llama la Petenera, y parte de él lo presenta en ‘Kosters and Bial’s; y el otro es el Vito, el baile del sombrero, que ahora mismo lo baila en su total integridad.
Revoloteó durante cuatro meses antes de deleitar a los espectadores del Teatro Cervantes; y después viajó a lo largo de España actuando en todas las grandes ciudades, y obteniendo mayores éxitos que otros estrenos. Se hicieron esfuerzos para que fuera a París, pero se quedó en España durante dos años más, haciendo otro contrato y bailando hasta 1884 en su propio país. Después marchó a París. Se convirtió en el deseo de los parisinos en poco tiempo, y los entusiastas franceses le dieron la medalla de oro y la llamaron “La perla de Sevilla”. Después marchó a Madrid, Valladolid  y Lisboa; y después otra vez a París a actuar en el Noveau Cirque. Durante el tiempo que estuvo en París, Kiralfy anduvo detrás de ella para traerla a América. Ella dudaba, para ella el éxito era permanente en Europa y no encontraba ningún atractivo en cruzar el océano e ir de gira por la fría América. Finalmente, Kiralfy hizo un contrato con ella y apareció el último verano en el espectáculo “Antiope”. Era una temporada poco propicia para su llegada. El New York artístico y moderno se encontraba fuera de la ciudad, y cuando los pintores y escultores volvieron a la ciudad, Carmencita había iniciado una tourné por los EEUU. Curiosamente, los amantes del teatro en las ciudades del oeste no pudieron ver en ella sus encantos, que el talento y el ojo más agudo de la metrópoli ya había descubierto. No fue hasta el diez de febrero de este año, cuando la delicada dama de Sevilla subió al escenario de “Kosters and Bial’s e hizo su debut americano. Desde ese día ha estado en la cresta de la ola, y su éxito se ha extendido de tal manera que muchas ofertas le han llegado a través de su manager. Es probable que esté en “Kosters and Bial’s” por cuatro meses más, y después haga un viaje por el país pasando por México por un tiempo; para después volver a París y a las ciudades de su propio país.
Actualmente está haciendo mucho dinero, también ahorra bastante que envía a sus padres. Su objetivo es volver a España tan pronto como pueda, y no bailar por dinero sino por su propio placer. El primer dinero que ganó por mover su maravilloso cuerpo fue durante un verano, cuando se encontraba con su tío y su tía en una pequeña granja cerca de Madrid. Ella era muy pequeña, pero lo suficientemente grande como para confiarla dinero. Su tía le había dado un bolso lleno de dinero para llevárselo al cura del Monasterio de El Escorial, para pagar algunas misas. Carmen iba en un burro cargado con huevos y cebolla para la casa del cura. El camino desde la casa de sus tíos hasta la iglesia era a través de una zona infestada de bandidos, pero rara vez molestaban a ningún viajero, y Carmen emprendió el viaje alegremente; pero de repente se vio rodeada por tres hombres. Se llevaron a su burro, y a ella se la llevaron a una cueva escondida, donde el jefe, un hombre alto y guapo, le preguntó por su nombre; la chica, temblorosa, respondió Carmen. El ladrón río y respondió: “bien, Carmencita”, no tengas miedo, y quizás te deje ir pronto a casa. Esta fue la primera vez que la llamaron Carmencita. Por eso, cada vez que alguien le pregunta que cuál es la causa de llamarse Carmencita, ella responde que fue un ladrón el que la bautizó así. Pero el ladrón no dejó a Carmencita irse tan rápido; una de las mujeres de la banda la cacheó y en la bolsa encontró el oro que la había dado su tía. Carmen le rogó al ladrón que no lo cogiera, que era para uso sagrado, y que la venganza de los Santos caería sobre él. El bandido se rio e hizo beber a Carmencita una cucharada de vino, y le dijo que se tranquilizase. Esa tarde, mientras la banda tomaba un descanso, alguien empezó a tocar una mandolina, Carmen empezó a tocar el suelo con sus pies  y a cabecear en sintonía  con el aria. El jefe de la banda la vio y exclamó: “¡ah, bailas!” y le mandó mostrarles lo que podía hacer. Se reunieron en torno a ella en una zona cubierta de suave hierba, todos sentados, excepto tres: una mandolina y dos guitarras. Carmen bailó con una inspiración, que, según ella, venía de los Santos; y pronto tuvo a todos los bandidos en éxtasis aplaudiendo y gritando: “bravísima”. Continuó bailando cerca de una hora, hasta que cayó exhausta. El jefe de los ladrones la levantó, le devolvió el dinero, le trajeron el burro, e hizo recoger dinero del resto de los ladrones por su actuación. Después la escoltó hasta una carretera segura, y antes de irse le dio una curiosa pieza curva de hierro diciéndole que la salvaría de cualquier daño en cualquier parte de España en donde sus compañeros la encontrasen. Cuando Carmencita contó la historia al sacerdote mandaron una tropa de dragones a por los bandidos. Carmencita siempre dijo que estuvo contenta de que los bandidos se alejaran de su cueva antes de que los dragones llegaran. A día de hoy conserva la pieza de hierro torcida que el bandido le dio. Es su mascota y la atesora con una supersticiosa reverencia.
Una tarde, la Perla de Sevilla tuvo la oportunidad de mostrar sus habilidades a otro grupo. Fue cuando apareció delante de la Reina de España y de su séquito durante una cena; en un gran salón en el palacio, donde había otros cuarenta bailarines además de Carmencita. Cada una bailó su parte, y llegó el momento de Carmencita. El bebé de la Reina estaba en una mesa, y mientras el resto de las bailarinas giraban de allá para acá, el bebé parecía aburrido; pero cuando Carmencita apareció en escena, la cara del niño se encendió con signos de placer. Antes de que hubiera bailado un minuto, el bebé estaba dando palmas de júbilo. Ha sido el más genuino aplauso que ha tenido nunca; y más que todos los triunfos que ha tenido, le gusta contar la admiración que el hijo de la Reina de su país demostró hacia ella, eso le llena de orgullo.
Carmencita cree que bailar es algo que ennoblece. Nos cuenta que si lo hace de la manera correcta, puede alcanzar las más altas emociones. Ella ha oído hablar de Delsarte, pero nunca le han preguntado si ha estudiado sus reglas de baile. Fue en New York, cuando un escultor que había trabajado en París, habló con ella acerca de esta materia la otra noche en “Kosters and Bial’s. Al escultor le ha sorprendido la naturalidad de sus movimientos, y le dijo que las leyes de la física se caen gracias a la gran maestra de la cultura física. Carmencita ríe, y nos cuenta que nunca ningún profesor la ha dicho estas cosas: ella es la ley en sí misma. “Cuando subo al escenario”, cuenta, “llevo conmigo simplemente un motivo para todo el baile. No sé qué paradas precisas haré de movimiento a movimiento. Dejo a mi estado de ánimo el control de los pasos siguientes. Nunca practico. Bailo por las mañanas. Es mi diversión, es mi modo de relajarme.” 
Carmencita fuera del escenario, fuera del estudio, y fuera de los salones de las mujeres ricas, es una niña. Si le preguntas qué otros placeres tiene aparte de bailar, contesta que lo que más le gusta cuando está sola es dormir. “Me encanta extenderme en un sofá y soñar. Tengo ganas de volver a España  y estar con mi gente. Allí hay vida, allí hay alegría. Aquí la única simpatía que encuentro es cuando termino mi espectáculo y la gente aplaude. Una vez vino un hombre a verme para que fuéramos a mi casa. ¿Sabes lo que hizo cuando llegó allí? El hablaba un poco de francés; lo único que dijo cuando llegamos es que hacía muy mal tiempo esta temporada en Nueva York. Después se quedó callado un minuto. Qué interés podría tener eso para mí? El estuvo mirando a una silla durante todo el tiempo. Apenas me miró, al final soy una mujer y a lo que a las mujeres nos gusta es que nos miren. El estaba como un palo. Un hombre de sangre caliente al menos me habría dicho que le gustaba, y uno como un francés o un español me hubiera hecho el amor. Yo no quiero casarme, y menos en este país; pero me gusta ver alguna manifestación de simpatía por parte de aquellos que vienen a verme.”
A Carmencita le gusta la fruta, nos cuenta que ha comprado uvas. El día que se hicieron estos bocetos un amigo suyo vino con dos jarras de fruta. Las cogió con una sonrisa, y las puso debajo de sus brazos, y estuvo en la habitación bailando como un niño al que han regalado unas muñecas. Fue una demostración de infantilidad que una mujer americana de 22 años nunca sería capaz de hacer.
Esta bailarina española no tiene muchos amigos en este país. Otras bailarinas vinieron con ella cuando llegó aquí desde París. Después se marchó de gira y hubo pocas oportunidades de hacer amigos. Durante estos dos meses que ha estado en Nueva York ha estado  muy ocupada para hacer nuevas  amistades. Además, la gran barrera para ella es que no habla inglés. En la casa donde vive, una anciana mujer española cuida de ella cuando no se encuentra bien o necesita algo en particular; y cuando vuelve del teatro, siempre hay una fiesta de españoles en donde ella es la anfitriona.
Y estos son los dibujos a los que alude el texto:




[1] Clientes de las prostitutas.