Como tantos otros
rincones de Sevilla, la Torre de don Fadrique la descubrió para el
Flamenco hace ya muchos años José Luis Ortiz Nuevo. Allí vivimos
momentos memorables los amantes de lo jondo. Allí enamoró a muchos
con su baile Milagros Mengíbar. Fue una noche que ha quedado grabada
para siempre en la historia del baile flamenco, la noche del 7 de
septiembre de 1988. Vale la pena recordarlo. Así lo contó Antonio
García Barbeito (Diario 16, 8.9.1988):
EN LA TORRE DE DON FADRIQUE, UN “MILAGRO” APELLIDADO MENGÍBAR
Milagros bailó anoche “entera”; toda ella era una manifestación de baile. Desde las puntas del pelo hasta los pies. Milagros llenó la noche de formas mágicas hasta acabar de volver locos a los naranjos del patio.
Ese
mismo año ganaba Javier Barón el II Giraldillo del Baile. El mundo es
un pañuelo y la historia parece que también, porque después de
estar años cerrada a cal y canto, anoche fue precisamente Javier
Barón el que volvió a tener a esa torre centenaria otra vez por
testigo mudo de su baile. Mudo, pero no del todo. Porque, esta vez
Javier quiso hacerla hablar también a ella. Intentó que colaborara
con él en el recuerdo que le iba a hacer a quienes nos han ido
dejando últimamente, pero ella se mostró esquiva y solo dejó que
pintaran con luces unos garabatos sobre uno de sus muros. Apenas si
pudimos distinguir los rostros de Paco de Lucía, Moraíto Chico y me
pareció entrever a Manuel Soler, pero había algunos más. Javier
les bailó por martinetes y seguiriyas y las remató tirándose de
rodillas ante ellos en señal de respeto y homenaje. Les hizo un
baile tan clásico y a la vez tan nuevo como los sonidos envolventes
con que inundaba el foso de la torre el bajo eléctrico de José
Manuel Posada.
Luego,
Antonio Campos y Miguel Ortega se arrancaron por marianas y Javier
rejuveneció por tangos. Siguieron Campos y Ortega por soleá, se
lucieron Posada con el bajo, Israel Katumba y Roberto Jaén con la
percusión y Juan Campallo con la guitarra, y Javier volvió a las
andadas por alegrías, con la misma limpieza de pies y la misma
vitalidad y desparpajo que las hacía en 1988, aunque con más
sabiduría. Ese regusto que dan los años.
Y el tiempo quiso
también contribuir a esta celebración con un fresquillo más que
agradable.
José Luis Navarro