María Pagés, una auténtica locomotora de la creatividad, se
para también a recordar. Parece el leitmotiv de esta Bienal. Lo hizo Israel
Galván con su Fla.co.men. De alguna y de muchas maneras lo hizo Farruquito con Pinacendá.
Hay regusto en estas celebraciones del pasado que, sin duda, auguran próximas explosiones
de la imaginación. Se mira atrás para dar saltos hacia delante. De momento se
están dejando a un lado innecesarias tramas filosóficas y metafísicas. El
flamenco es el flamenco y sirve para expresar y transmitir todo tipo de
emociones. Y el baile es el baile y nace y vive en los movimientos del cuerpo
del bailaor.
María configuró sus Siete golpes y su camino a base de
letras, músicas, formas y colores. Poemas —Zambrano, Akiko Ysano, Yourcenar,
Atwood, Kayirebwa, Farrojzad, Benmousa, la Propia Pagés y Lebaniegos,...— que
lee una muñeca articulada, que leen y bailan sus bailaoras, que baila ella. Una
torre de Babel de la que poco entendimos porque, la verdad, el árabe y el
japonés nos suenan a chino. Después, baile, baile y baile. María luciendo el
talle y esos brazos únicos que juegan con el espacio y crean figuras
imposibles. María dirigiendo y moviendo
magistralmente a su cuerpo de baile (Isabel Rodríguez, María Vega, Eva Varela,
Lucía Campillo, Sonia Franco, Macarena Ramírez, José Barrios, José Antonio
Jurado, Paco Berbel y Rubén Puertas). Grupos de los que se desgaja una unidad
que luego se integra para que sea otra la que se salga de él. La unidad jugando
con el todo. Pura geometría de la danza. Rubén Lebaniegos e Isaac Muñoz componiendo.
Pagés aportando sus granitos musicales y poéticos. Ana Ramón y Juan de Mairena
cantando. Lebaniegos y Fity (guitarras), Chema Uriarte (percusión), Sergio
Menem (violonchelo) y David Muñoz (violín) interpretando melodías y compases. Y
todos nosotros disfrutando y subrayando cada número con cerrados aplausos.
Foto: A. Acedo. Bienal de Flamenco |
Una farruca de grupo, unas alegrías con bata de cola con
pinceladas de Óscar Niemeyer y el cuerpo de sirena de María, un poco de guasa
con exhibición de palillos incluida por tanguillos, bastones y encuentros rítmicos
—¡Cómo le gustan a María estos desafíos— por martinete y por tientos-tangos, la
trilla y la soleá, y, para cerrar el camino de los recuerdos, una granaína con
un vestido de gasas rojas que se extiende a sus pies como la base de un cáliz
mágico. Sutileza, belleza, exquisitez. Así es María Pagés y así es su baile.
¡Ole, María!
José Luis Navarro