¿Quién ha dicho que el flamenco no puede ser divertido? ¿por
qué no? Lo puede y algunas veces lo es. Desde luego, lo fue en la comedia que
Maribel Ramos estrenó anoche en Sevilla en el Museo del Baile Flamenco. La tituló
De no llegar a tiempo y entre que si los músicos no han llegado todavía, que si
suspendo o no suspendo, nos hizo pasar un rato la mar de entretenido.
Maribel quiso encarnar a una bailaora y escogió nada más y nada menos
que a su paisana Carmencita Dauset, una mujer intrépida y decidida donde las
hubiera, la primera que cruzó los Pirineos
y se plantó en París, la primera que surcó los mares y volvió loco al público
neoyorquino, la primera que posó para pinceles famosos —John S. Sargent, W. M.
Chase—, la primera que se puso delante de una cámara cinematográfica y apareció
en los primitivos kinetoscopios cuando el cine mudo era un recién llegado al
mundo del ocio y de la cultura.
Así empieza Maribel su
actuación, bailando en silencio como en el corto que le hiciese Thomas Edison a
Carmencita en 1894. Y así arranca del público los primeros bravos. Le puso
genio y destreza de pies y, entre bromas y veras, compuso hermosas figuras.
Luego encontró un cantaor ciego entre el público y después a un guitarrista
callejero y zarrapastroso —mientras el público esperaba para entrar en el Museo
lo habían echado a patadas de allí— y, por fin, ya con todos los avíos, pudo
empezar el concierto. El ciego (Jesús Flores) resultó que tenía muy buena voz y
el guitarrista (Jordi Albarrán) muy buenas manos. Entonces Maribel se puso más
flamenca todavía y derrochando energía, vitalidad y mucho arte bailó por martinete,
por tanguillos, por guajira, por petenera y por alegrías terminó de cautivar por completo al
público. Enhorabuena y gracias, Maribel, por ese buen ratito que nos regalaste.
José Luis Navarro