Quizá uno de los peligros del baile flamenco que aflora hoy
es el mimetismo que limita y empobrece peligrosamente la riqueza y variedad de
nuestro arte. Los mismos montajes, las mismas salidas, los mismos zapateados y
mudanzas para expresar los muy distintos sentimientos que caben en la amplia
gama de palos que atesora su legado artístico. Se eliminan momentos y elementos
importantes como silencios, falsetas y marcajes, abusando en cambio de
zapateados y remates, desequilibrando lastimosamente la balanza de un baile.
Afortunadamente, no siempre es así. Anoche la imponente
figura de Diaa Eddin llenó por completo el escenario del Garufa para expresar de
manera clara y rotunda dos sentimientos opuestos y lo hizo, eligiendo los palos
adecuados para ello.
Dramatismo, compostura y técnica fueron los atributos de su
seguiriya. No necesitó aspavientos para dejar al descubierto lo que había en su
interior. Hizo un baile bien estructurado en el que demostró conocimiento y un
arduo trabajo, como sucede con la mayoría de los artistas que proceden de la
fundación Cristina Heeren. ¡Qué excelente labor en la formación de sus alumnos
están haciendo!
En la segunda parte, retomó su baile por alegrías. Y desde el
minuto uno se podía percibir que su estado anímico había cambiado. Su cuerpo se
vistió de fiesta y sus movimientos, como era de esperar, transmitían júbilo, desenfado y libertad.
Con él colaboraron eficazmente la guitarra de Alberto López,
el cante de Paz de Manuel, Eliza y Anieta a las palmas y María Zirión al cajón.
Eulalia Pablo