Op. 24 de Andrés Marín,
estrenado en 2010 en L’Avant-Scène
de Cognac (Francia), es un
auténtico tour de force. 75 minutos
construyendo un mosaico de imágenes sorprendentes en un escenario vacío, con el
cante y la guitarra y la percusión a los lados, casi entre bastidores. Imágenes
nunca vistas e imágenes inesperadas. Imágenes salidas de un riquísimo
vocabulario de danza. Un vocabulario propio, en ocasiones coincidente con el de
Israel Galván ―hace años que los dos rompieron todo tipo de moldes para dar
rienda suelta a su imaginación―. Imágenes que convierten Op.
24 en un cauce de libertad, en pura creación en acto.
Op. 24 comienza
con unos cantes de Andrés Marín en solitario. Torso desnudo y sombrero de Pepe
Marchena. A partir de ahí no tiene más argumento que la música y la escultura.
La música inagotable de unos pies portentosos. Unos pies
precisos, sutiles, capaces de interpretar los más delicados matices musicales.
La música de la poderosa voz de Jesús Méndez en un completo
recital de cante (martinete, cantes de faena, pregones, fandangos, seguiriya, tarantas
―espectacular su Gabriela―, caña, abandolaos, soleares y petenera), acompañada
por la música de la guitarra de Salvador Gutiérrez ―sensacional su farruca― y
la percusión de José Carrasco.
Y siempre el cuerpo, los
brazos y el gesto de Andrés Marín, esculpiendo formas.
José Luis Navarro
Lugar: Teatro Central (Sevilla)
Fecha: 4 de marzo de 2014.