Hay distintas formas de disfrutar del baile flamenco. Una es
obvia: ir a ver a un artista que ya conoces y que te gusta como baila. Siempre
existe el riesgo de que tenga una mala noche, pero tampoco hay por qué ponerse
en lo peor. La otra es ir a la aventura, ir a ver a un artista al que nunca
hemos visto bailar y del que nada sabemos ni tenemos ninguna referencia. El
riesgo es entonces absoluto, pero si luego nos gusta, el disfrute es mayor. Es la sorpresa y es el descubrimiento de lo
nuevo.
Eso es lo que nos ocurrió anoche en la Sala Garufa. Dos
nombres desconocidos y dos futuras promesas del baile. Un griego, Iasonas
Damianos, y una sevillana con raíces en Andújar, Elena Ollero.
Iasonas tiene muy buenos pies. Zapatea con limpieza y
precisión. Dio además muestras de imaginación, aunque a veces con riesgo de
descompostura. Detalles que sin duda irá corrigiendo en el aprendizaje al que está entregado. No debe olvidarse
tampoco de redobles que hoy forman parte de las señas de identidad de los
bailes ―nos referimos a esa preciosidad técnica que es la escobilla típica de
la soleá―.
Elena Ollero fue otro muy grato descubrimiento. Tiene buena
figura y hechuras de bailaora de tronío. En su baile, en sus movimientos, hay
empaque, elegancia, creatividad y buen gusto. Hizo un solo baile y nos dejó con
ganas de verla hacer al menos otro. Sorpresas así nos gustaría encontrarnos cada
vez que salimos a la aventura. Le auguramos un espléndido futuro a no mucho
tardar.
Vinieron además muy bien acompañados atrás, con Fernando
Maya a la percusión ―muy bueno el toque de tambor con que acompañó la saeta―, Manuel
Montero a la guitarra y Farina y Cristina Soler al cante. Cristina hizo una original
introducción por saetas al primer baile de Damianos y luego abrió la segunda
parte del recital con unas malagueñas hechas con poderío en las que se acordó a
su manera de Antonio Chacón.
José Luis Navarro