Eso es lo que vino a decirnos Juan Diego Mateos en su
concierto de guitarra. Lo dijo y lo ilustró de todas las maneras posibles,
incluyendo nada menos que la preparación a la antigua usanza y la degustación
en grupo de una olla de alubias. Las proyecciones en las dos pantallas que
dispuso Sandra Bonilla (dirección escénica, guión, dramaturgia y coreografía)
contribuyeron a crear y mantener la placidez que reinó todo el tiempo sobre las
tablas.
La música de Juan Diego Mateos y Antonio Soteldo
"Musiquita" fue serena y amable. Juan Diego estuvo acompañado por Diego
Villegas (flauta, saxo, armónica y clarinete), Israel Katumba (percusión), Alex
Fernández (palmas) y el propio "Musiquita" (piano). Tocó por todo el
escenario, empezando encaramado en una plataforma móvil ―Sandra lo zarandeó como
quiso―.
Christian Lozano y Diana Noriega ilustraron con su baile de
principio a fin, en escena y en las proyecciones, todo cuanto quisieron
decirnos los autores de la música. Chistian es un bailarín muy completo que
sabe expresarse en cualquier lenguaje dancístico y lo demostró con creces a lo
largo del espectáculo. Diana hizo gala de una extraordinaria agilidad, pero
pecó de todas las limitaciones de la danza contemporánea. Siguiendo esa línea
de baile, se revolcó por el suelo, hizo todo tipo de contorsiones antiestéticas y algo de
mímica elemental (lavarse la cara, leer el periódico) para calmarse al final y
terminar abrazada a su pareja al estilo del baile de salón. Los dos mantuvieron
también unas palabras para redondear las ilustraciones al concierto musical.
Mención aparte merece Remedios Amaya. No terminamos de
entender qué pintaba la trianera en este concierto. Una presencia tan
innecesaria como inútil. Dio una mijita de esa ojana típica de "Sevilla es una capital
maravillosa donde hay mucha sensibilidad en la música y en el cante", se
acordó de Camarón y dijo que iba a hacer un taranto y lo que hizo fue destrozar
la clásica cartagenera de "Los pícaros tartaneros". Después cantó sus
cosas.
El público lo pasó bien y a más de uno, siendo la hora que
era, se le haría la boca agua con la vista de esos platos de alubias.
José Luis Navarro