El Ballet Flamenco de Andalucía no termina de cuajar. Me
duele tener que decirlo, porque admiro a Rubén Olmo y creo que es un magnífico
bailarín y coreógrafo. Cuando se presentó en Sevilla el pasado abril en el
Teatro Central vimos destellos de calidad que presagiaban éxitos venideros*.
Anoche volvimos a verlo y nos defraudó. Anunciaba Metáfora flamenca pero nos escamoteó sus dos mejores números: el
solo de Rubén y la danza folclórica del cuerpo de baile. ¿Por qué se anunció
así cuando en realidad lo que llevaron a las tablas fue Suite flamenca?
La primera parte comenzó con esas alegrías sevillanas que
descansan en la personalidad y la garra de Pastora Galván, porque la
coreografía de Rocío Coral tiene poco de novedad. Desde luego, la entrada del
cuerpo de baile resultó bastante cansina y deslucida. Menos mal que poco a poco
se fue entonando y cobrando un poco de vida. Por otro lado, Pastora no tuvo su
noche. La vimos algo desajustada, falta de esa finísima sintonía rítmica que da
o quita brillantez al baile flamenco. Fue como si se hubiese dejado parte de su
magnetismo en el camerino. El taranto que bailaron Patricia Guerrero ─una brillante promesa del
baile femenino─ y Eduardo
Leal, aunque excesivamente largo, conjugó momentos de cierta belleza estética
con auténticos desatinos, que no otra cosa nos pareció ese salto de Patricia para
agarrarse por la espalda a Leal con que cerraron el baile.
Foto cortesía de la Bienal |
Tras el descanso vino el estreno de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Una malhadada colaboración de Rubén Olmo y Antonio Canales.
Un montaje que clamaba a voz en grito por la presencia de un director escénico
que pusiese algo de orden. Resultó aburrido por repetitivo y falto de ideas. No
sé a quién pudo ocurrírsele esa profusión de besos y abrazos entre Ignacio y
Federico; tal vez con uno simbólico en primer plano habría quedado todo mucho más
claro. Desde luego, la salida de Rubén-Federico corriendo a cámara lenta de un
lado a otro del escenario preludiaba algo bastante más original. Luego todo fue
perdiendo sentido.
Patricia Guerrero y Antonio Canales. Foto cortesía de la Bienal |
Uno no puede menos que recordar aquel espléndido Torero (1993) de Canales y el más
reciente Belmonte, la danza hecha toreo
(2006) de Olmo. Claro, que Canales ya no es aquel Canales y, por otro lado, tal
vez Rubén debería prescindir de innecesarias colaboraciones.
* Véase la entrada que le dedicamos el 18 de abril.