Con el Alcázar lleno a rebosar Manuela Carrasco estrenó Raíces de ébano. Un espectáculo que
ratifica el buen momento y la seriedad artística de la trianera. Manuela se
rodeó de cuatro cantaores clásicos: Juanito Villar, El Extremeño, El Pele y
Pansequito. Los cuatro le metieron jondura en el cuerpo, aunque fue El Pele el
que nos puso los vellos de punta a todos. !Eso es cantar por todo lo jondo! Con
sus voces, las guitarras de Joaquín Amador, Alfredo Lagos y Paco Iglesias y las
palmas y la percusión de Bobote y José Carrasco, la Carrasco hizo su baile. Un
baile que ha ido ganando con los años. Un baile maduro que conserva intactas
todas sus señas de identidad: unos brazos enérgicos que siguen alzándose a los
cielos para rematar cualquier desplante y unos pies poderosos que arrancan
sonidos ancestrales a las tablas. Con ellos inició su actuación, acompañada de
unos efectos sonoros que parecía como si temblase la tierra bajo sus pies. Fue
una seguiriya de Juanito Villar a la que puso todo el dramatismo que ese cante
lleva dentro de sí. Hizo después un taranto con El Extremeño y unas alegrías con
El Pele en los que volvió a revivir lo mejor de su baile.
Foto cortesía de la Bienal |
Cerró con una soleá
que le dijo Pansequito. Apareció con esa anunciada bata de cola de 2 metros y
medio, pero le duró muy poco. Apenas dio una vuelta con ella, cuando en una
postura bastante antiestética la desenganchó del traje, la cogió en brazos, la
meció —presumiblemente
una alusión a lo que pudo haber hecho Medea antes de asesinar a su hijos— y la
tiró al suelo. Creo que para eso no
merecía la pena salir con ella a escena.
La obra está llena de
pequeñas alusiones a las cuatro heroínas griegas (Antígona, Ariadna, Elena de
Troya y Medea) —algunas coplas y algún que otro elemento simbólico—, que poco
añaden al baile de la Carrasco, aunque en nada lo perjudican, con la excepción
de un pretendido coro (Irma la Carbonera, Toñi Fernández y Tamara Amador) que
es absolutamente prescindible. La dirección escénica corrió a cargo de Pepa
Gamboa.
El vestuario, de Aurora Gaviño, excesivamente recargado para
nuestro gusto, puso también su granito de arena en la caracterización de cada
baile: negro para la seguiriya, rojo para el taranto, blanco para las alegrías
y buganvilla para la soleá.
Como detalle anecdótico, hemos de señalar la impúdica entrada de
los "servidores públicos", es decir, los políticos que viven a costa
de nosotros y son absolutamente incapaces de solucionar ninguno de nuestros
problemas. Todos ellos y todas ellas muy monos y muy monas, entraron por un
acceso solo para ellos y ellas, sin mezclarse para nada con el pueblo que tuvo
que hacer cola para acceder al patio de la Montería. Yo de ellos me lo
empezaría a pensar muy en serio si no me convendría quedarme en mi casita y
evitar así que el día menos pensado me abuchearan y esperemos que la cosa no
pase de ahí, que también podría.