Ludgardo (Sevilla, 1979) es médico y poeta y desde bien
chico ama el Flamenco. Como poeta, consiguió en 2014 el accésit del Premio
Adonais de Poesía por La viña perdida
y un año después el V Premio Iberoamericano de Poesía “Hermanos Machado” por Lugar de lo sagrado. A gala lleva
también haber sido pregonero de la Semana Santa sevillana.
La llave misteriosa
(Editorial Renacimiento, 2017) es un conjunto de textos poéticos que reconstruyen, reescriben y describen los
recuerdos y las emociones que Lutgardo ha vivido y sentido gracias al flamenco.
El poeta ha crecido escuchando a cantaores y cantes antiguos. Ellos han sido
para él las llaves mágicas, las llaves misteriosas, que le han abierto las puertas
de sus propias memorias, de sus propios sentimientos.
En el libro hay anécdotas y hay ensoñaciones. Historias que
él ha escuchado a sus mayores y visiones y fantasías imaginadas. Por sus
páginas desfila la plana mayor del cante que algunos llaman puro. Ahí están,
entre muchos otros, Manuel Torre, Juan Talega, Tomás y Pastora Pavón “La Niña
de los Peines”, El Marrurro, Juanito Mojama, Don Antonio Chacón, Isabelita de
Jerez, Manuel Vallejo, El Gloria, Joaquín de la Paula, Agujetas, Chano Lobato, José
Menese y un recurrente Antonio Mairena. A esos festines de música añeja asiste
también algún cantaor actual de ecos vetustos, como José Valencia, algún
bailaor de tronío, como Antonio Ruiz Soler y su martinete, algún portento de
las seis cuerdas, como Sabicas, o nombres ilustres del toreo, como Pepe Luis
Vázquez, Antonio Ordónez, Rafael el Gallo y Manolete. Y no faltan esas
efemérides que jalonan la historia del Flamenco: el Festival de 1962 en Córdoba
y la Llave de Oro, el fusilamiento de Federico García Lorca o la “Razón
incorpórea” mairenista.
Lutgardo hace inesperadas conexiones: Juanito Mojama—Rainer
María Rilke—Doménikos
Theotokópoulos El Greco; Manuel
Vallejo—Johann Sebastian
Bach—Diego Velázquez—Juanelo Turriano; la cogida y muerte de Manolete en Linares un
29 de agosto de 1947—la llegada de Eva Perón a España un 13 de julio de 1947—la
explosión de un polvorín en Cádiz un 18 de agosto de 1947—una actuación de
Manolo Caracol y Lola Flores en Zambra un día cualquiera de 1947. Hay también
audaces comparaciones: Diego El Marrurro y Jonás; la Llave de Oro del Cante y
el santo Grial; Antonio Mairena y el Rey Arturo; Juan Moneo “El Torta” y Job; y
repetidas referencias a poetas y personajes mitológicos: Hesíodo, Lorca, Ulises, Anubis, Osiris,…
Recurre a menudo a insospechadas metáforas. Aquí y allá
surgen sorprendentes figuras retóricas: José de Paula “con los reptiles ojos de
su angulado rostro”; Caracol, “poderoso saurio de pies planos”; a Tomás Pavón
“lo esperan unos cuantos apóstoles para ver renacer la tragedia de su verdad cantada”; Antonio
Mairena “desempolvó legajos de tonás primitivas”[1]…
Completan el libro unas semblanzas histórico-poéticas de cuantos
cantaores importantes aparecen en él.
La llave misteriosa
permite al lector ver todo con nuevos ojos. Ojos más perspicaces, más lúcidos,
más clarividentes. Ojos capaces de entrever la realidad oculta de las cosas, lo
que subyace a las formas primarias de contemporaneidad. Ojos mágicos capaces de
adentrarse en el mundo de la poesía.
José Luis Navarro
[1] Véase https://www.youtube.com/watch?v=CImDPXoIBFE