Toda música transmite emociones. Son sentimientos que el
intérprete tiene que expresar y representar. Pero el flamenco va mucho más
allá. El cantaor no representa. El cantaor tiene que “vivir” cada tercio —eso
es lo que unos llaman “autenticidad” y otros “pureza”. Y eso es lo que hizo
anoche El Pele en el Teatro Central. Se rebuscó los sentimientos en las entrañas,
se dolió y vivió todo lo que dijo. Y nos emocionó.
A sus 63 años, El Pele derrocha facultades. Tiene el poderío
de un joven y la sabiduría de un mayor. Y todo lo da en cada recital. Es además
un artista generoso con su público. No solo se entregó él al cien por cien,
sino que se trajo unos acompañantes de lujo: El Niño Seve, una de sus guitarras
habituales; unas palmas de categoría, Bobote y Torombo; la percusión de José
Moreno y, para remate, el baile de Juan Fernández Montoya “El Barullo”, el
nieto de Farruco. Los dos hicieron una soleá para enmarcar. De un lado la voz
dolorida del cante y de otro la elegancia y la flamencura del baile.
El Pele empezó su recital, “Puro Pele”, por cantiñas, saboreando
cada palabra. Hizo un personal viaje, reposado y enjundioso, por todo el
oriente andaluz (Lucena, Granada, Cartagena y Málaga) que remató con una jota
aragonesa. Nos sobrecogió por seguiriyas. Remató “con lo que salga” y lo que
salió fue una soberbia soleá cantá y bailá. El teatro entero, de pie, le pidió
más y todos hicieron un fin de fiesta por bulerías en el que especialmente Torombo
se lució en su pataíta.
No podía empezar mejor “Flamenco viene del sur 2017”.
José Luis Navarro