Se anunciaba “Farruquito y familia” y allí estaban todos,
unos en imagen, otros en persona. Por no faltar ninguno, al final conocimos a
la próxima generación, esos niños que nacen artistas y que, en vez de chupetes,
les ponen en las cunas zapatitos de baile.
El espectáculo se inicia a lo Carlos Saura, con imágenes de
los artistas en los camerinos y entre bambalinas. Unas imágenes que sirven
también de homenaje a los que ya no están. Después, baile y más baile. Ese
baile que lleva el sello indeleble del estilo que instauró El Farruco para el
baile de hombre, pasos reconcentrados y chispazos eléctricos. Serenidad y
calambrazos.
Primero Farruquito y El Farru por seguiriya, luego El Carpeta
por alegrías, El Barullo por taranto y el Farru por guajira. Todos magníficos
bailaores, todos con la marca de la casa. Pero faltaba lo mejor. Y eso fue la
soleá de Farruquito. El joven patriarca de la saga funde lo rancio con lo actual,
la tradición y la modernidad, el ayer y el hoy y lo adorna con esa elegancia, con ese dominio del
cuerpo, esa compostura que caracterizan sus maneras e interpreta una
soleá soberbia, atemporal.
Arropándolos con pasos estaban también El Potito y África
Fernández y las voces de Pepe de Pura, Antonio Villar, María Vizárraga y
Encarnación Anillo, las palmas de El Torombo y las guitarras de Román Vicenti y
Juan Campallo.
José Luis Navarro