Hay muchas formas de encarar el arte flamenco. Tantas como
artistas. Dos, sin embargo, son las más categóricas: la apolínea y la
dionisíaca. Las dos estuvieron anoche representadas en el mosaico jerezano que
puso David Lagos sobre las tablas de la Sala Chicarreros. Porque apolíneo fue
su cante. Sereno, medido, clásico. Apolíneo fue también el baile de Mercedes
Ruiz. Y dionisíaca fue Melchora Ortega, una tormenta que llega sin que nadie la
espere. El trueno que no se ve venir.
David Lagos. Foto: Remedios Malvárez |
David hizo gala de conocimiento. Fue clásico sin copiar a nadie.
Haciendo los cantes como la tradición no los ha legado, pero a su manera, como él los siente. Así ha sido
siempre con los maestros del cante. Y dio toda una lección de autenticidad y
magisterio. Sin duda alguna, fue uno de los mejores conciertos que hemos
escuchado últimamente en Sevilla.
Melchora Ortega. Foto: Remedios Malvárez |
El otro eje de la dicotomía que hemos esbozado, lo
dionisíaco, es el rasgo que identifica a Melchora Ortega. Una cantaora fértil,
apasionada, desbordante. A ella le importa muy poco cómo hacía los cantes
Manuel Torre o el Niño Medina, ella los hace a su manera y santas pascuas.
Mercedes Ruiz y Dieguito de la Margara trajeron el baile.
Mercedes construyó un monumento a la guajira y Dieguito puso una pincelada con
el sello de Jerez por bulerías.
Diego de la Margara. Foto: Remedios Malvárez |
Lo de Dieguito se va viendo poco. Hoy abunda la
“pataíta” que enseñan en las academias. Pero la pincelada de Diego es otra
cosa. Es la elegancia sin aspavientos. El arte condensado en unos instantes
irrepetibles.
La guajira de Mercedes es el baile elaborado, bien construido, imaginativo,
transmitiendo con su cuerpo cuanto nos
dice el cante, viviéndolo.
Foto: Remedios Malvárez |
Con ellos completaron el cuadro la voz de Javier Peña, la
guitarra de Santiago Lara y la percusión de Perico Navarro.
Entre todos nos llevaron a Santiago y nos dieron una
vueltecita por San Miguel. ¡Qué buen paseo!
José Luis Navarro