Nadie
puede negar que estemos por la creatividad y la evolución en el
flamenco. Desde luego, todo cuanto suponga enriquecimiento. Sin
embargo, hay momentos en los que conviene mirar atrás para que este
arte nuestro no se desnaturalice. Y esa es la oportunidad que nos
brindó anoche Cajasol. Aurora Vargas (Sevilla, 1956) es un referente
obligado de esa generación de artistas que se forjó un estilo
propio. Ella lo hizo paso a paso, pero sin copiar a nadie.
Anoche
nos acercó a la esencia del cante. Llamó a las cosas por su nombre.
“Recital de cante” tituló lo que en realidad hizo: un recital.
Sin pamplinas añadidas. Vino acompañada de lo imprescindible: una
buena guitarra, Diego Amaya, y dos palmeros, Chícharo y Rafael
Junquera. Y se puso a cantar.
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Primero
alegrías. Luego se fue metiendo en honduras, soleá, tientos-tangos,
hasta que empezó a rebuscarse y dolerse por seguiriya —fue lo que
más nos emocionó—. Había
llegado al tuétano de la jondura. Ya estaba todo dicho. Así
que se relajó y se fue de fiesta: bulerías y más bulerías, con
sus pataítas reglamentarias. Estaba a gusto. Tanto que se iba y
volvía al escenario una y otra vez. Y el público encantado.
José
Luis Navarro
Fotos: Remedios Malvárez