lunes, 29 de septiembre de 2014

"Bosque ardora", una fábula del amor

Solía decir Pilar López que si una obra no se entiende es que está mal contada. Yo estoy completamente de acuerdo. Bosque ardora (bosque luminoso), sin embargo, nos plantea un problema distinto: la diferencia que puede existir entre lo que cuenta un creador y lo que entiende el espectador.
 
Rocío Molina deja muy claro lo que quiere contarnos: "Ella conoce la fragilidad de los hombres y acepta convertirse en su presa, para dirigirlos con más facilidad, para dominarlos, amarlos, combatirlos e inmediatamente después abandonarlos".  Desde luego, no hacen falta palabras para que el público entienda que está asistiendo a los jugueteos amorosos del personaje encarnado por Rocío, incluso que se dé cuenta de que sobre el escenario se están viviendo dos apareamientos. Pero, Rocío, una de sus protagonistas, ¿qué es? Cuando la vimos aparecer con una máscara animal sobre el pelo, dudamos de qué animal se trataba. Después, cuando la vimos moverse en cuclillas, pensamos que estaba personificando a una avecilla y nos sorprendió y nos sedujo la imaginación que Rocío había puesto en la escena.

Foto: A. Acedo. Bienal de Flamenco
Bosque ardora es, en cualquier caso, una fábula simbólica del amor. Una obra ambiciosa y exuberante. Una obra muy rica en danza, porque el cuerpo de Rocío es una máquina especialmente diseñada para el baile, capaz de realizar los más insospechados movimientos, y su mente conoce y domina todas las modalidades de la danza, desde la flamenca a la contemporánea, la hindú, la japonesa... Por eso, la fusión de ambos es una explosión de imaginación y un torrente de creatividad.

Para la puesta en escena de esta obra, ha sabido rodearse de dos espléndidos bailarines, Eduardo Guerrero y Fernando Jiménez, y un buen grupo de músicos, Eduardo Trassierra (guitarra), José Ángel Carmona, (cante y bajo eléctrico), José Manuel Ramos “Oruco” (palmas y compás), Pablo Martín Jones (batería y electrónica), José Vicente Ortega «Cuco» y Agustín Orozco (trombones). Ha contado además con la colaboración especial de Dorantes y la dramaturgia de Mateo Feijó.
Finalizada la obra, a la salida, oí decir a alguien que aquello no era flamenco y, en cierto modo, llevaba algo de razón —a primera vista más parecía contemporáneo con pies de flamenco—. Pero, ¿qué más da? Yo, al menos, tengo la suerte de que lo mismo disfruto con una soleá que con El lago de los cisnes de Tchaikovsky. Eso sí la soleá que hizo Rocío en su bosque me pareció bastante pobre. De hecho, estoy deseando que llegue la tarde para ver a Luisa Palicio en la Sala Cero. Seguro que nos regalará ese baile, cien por cien a lo flamenco.
José Luis Navarro