Anoche me acerqué a La Caja Negra a ver a Gabriela la de los
Peines. He de confesar que una de las razones por la que me decidí a ir fue lo
llamativo del nombre. Aunque solo fuera por el recuerdo de la inolvidable
Pastora, ¿quién puede resistirse a un nombre así? Sabía que era una bailaora muy
joven y que, según me dijeron, apuntaba cosas. Y eso fue exactamente lo que
pude apreciar.
Gabriela se presentó muy bien arropada: Vicente Gelo al
cante y El Tudela al toque. Como ya es tradicional en estos recitales,
principió la guitarra con unas guajiras y Gelo hizo soleá por bulerías. Hacía
tiempo que no le veíamos y anoche nos volvió a causar muy buena impresión —otro
de los alicientes de esta sala es poder escuchar el cante sin megafonía añadida—. La
de los Peines apuntó por tonás para entrar de seguido en el mundo de la
seguiriya. Puede llegar a bailar muy bien, porque tiene garra y temperamento y
apunta maneras.
Nos preocupa, sin embargo, que muchas de estas posibles
promesas se parezcan tanto entre sí; son, en muchos casos, calcos unas de
otras. Todas bailan demasiado aceleradas y zapatean con excesiva fuerza y, por
lo que hacen, parece que ignoren las fuentes del baile actual. A lo mejor soy
un poco exagerado, pero creo que no deberían arrancarse por tonás sin conocer
esa composición magistral que Antonio hacía en el martinete que se inventó para
Duende y misterio del flamenco de
Edgar Neville. Y lo mismo por seguiriya. En el más elemental acercamiento al
aprendizaje de este palo deberían conocer —y saborear—
aquella seguiriya que hacían Rosario y Antonio, con ese inspiradísimo diálogo
de pies y palillos. Deberían ser asignaturas obligadas de cualquier academia. Desde
luego, no se trata de copiar siempre el pasado, pero sí de conocerlo. Se
evitarían así muchos peligrosos saltos en el vacío.
En la segunda parte, El Tudela hizo una farruca, Gelo cantó
unos tangos y Gabriela se lució por alegrías.
Después La Caja Negra nos sorprendió con una actuación
inesperada. Raimundo Amador, Paco Martínez, Manuel Imán y Pepe Bao se fueron
subiendo a las tablas y nos regalaron una música soberbia. No es frecuente
tener la fortuna de poder escuchar a unos músicos cuando deciden tocar
simplemente porque les apetece. Es desde luego un lujo al alcance de muy pocos
y anoche nosotros fuimos los afortunados.
José Luis Navarro