viernes, 15 de junio de 2012

Juan Paredes. Su vida artística



Dos facetas nos interesaban en la entrevista que le hicimos a Juan Paredes con motivo de su elección como Presidente de la Asociación de Artistas Flamencos, la de artista y la de maestro de baile. Hoy publicamos la primera.

¿Cuál es tu historia como bailaor? ¿Cómo empezaste?

Mi historia es de libro. Mi historia es muy curiosa, muy bonita. Realmente yo descubrí el baile, porque el arte, el flamenco y la música me engancharon a mí. De pequeño yo no tenía intención, por lo menos consciente, de que me quería dedicar ni a cantar, ni a bailar, ni a nada.

Todo empezó porque mi hermana empezó a bailar. Como era una niña que tenía mucha gracia, mucho desparpajo, bailaba muy bien por rumba y en las fiestas llamaba mucho la atención, mi padre nos apuntó en una academia en un 5º piso en el Parque Alcosa y yo también fui a bailar,  pasodoble y tal y cual. Pero bueno, el caso es yo no le presté atención a eso.

Pero mi hermana continuaba teniendo su chispa y ya mis padres se plantearon sacarla del Parque Alcosa y llevarla a una academia buena, de nombre. Y nos llevó a José Galván. Cuando llegamos, mi padre  le dijo: «José, te traigo a mi hija  para que tú me digas si mi hija vale para esto. Yo vengo del Parque Alcosa y quiero que tú me digas si merece la pena que yo haga este esfuerzo».

«Bueno, pues que baile una sevillanita para que yo la vea», respondió José. «Anda niño, baila unas sevillanas con tu hermana», me dijo mi padre. Y yo contesté: «Yo no quiero bailar».  Mi padre insistió: «¡pero, chiquillo, baila!».

Así que bailamos una sevillana allí. Y cuando terminamos las sevillanas dijo José Galván: «Pero vamos a ver, ¿tú  a quién traes, a tu hija o a tu hijo? ¿A mi hijo?, pero si mi hijo es muy saborío. Si mi hijo no tiene arte. Y le contestó José: «Mira tu hija tiene mucho arte, mucha chispa, pero vamos a hacer una cosa, tú me pagas la academia de tu hija y yo enseño gratis a tu hijo. Entonces en el mismo viaje, te traes a los dos y yo le enseño gratis».

Y me empezó a enseñar gratis. Yo aprendí las sevillanas y al mes o a los dos meses ya me ponía allí en la plazoleta de al lado de la academia, juntaba a gente, en fin. La verdad es que con José Galván descubrí otra manera de mover mi cuerpo que no conocía y a partir de ahí seguí evolucionando.

Pero es muy curioso, porque antes de todo esto, yo venía adonde doy clase ahora, aquí a la calle Castellar. Venía al colegio que hay ahí que se llama Calle Calderón de la Barca. Pasando los corralones había un descampao y pasando el descampao,  estaba la calle Espíritu Santo donde vivía Enrique el Cojo. Una de las veces, jugando al futbol, el balón se cayó delante de la puerta de Enrique el Cojo y cuando yo fui a cogerlo, me quedé mirándole. Él me dijo: «pasa, pasa, y lo ves». Porque me quedé sorprendido de cómo enseñaba y sentí curiosidad y se me quedó a mí en la mente y otro día fui a verlo, otra vez. En vez de jugar al futbol me fui a la academia y estaba él allí con su palito y sus cositas, su mesita, y pasé y me quedé y me dijo: «¿Te gusta?» y le dije: «No, no y me fui».

Después,  pasó lo que te acabo de contar. Me empecé a formar en el baile flamenco con José Galván. Luego, pasé  a Jesús del Gran Poder, a la academia de Juan Morilla y Enrique vino a verme bailar muchas veces. Lo más curioso es que cuando debuté con 14 años, mi padrino fue Enrique el Cojo.

¿Dónde debutaste?

En el Parque Alcosa, en un festival flamenco que organizó La Jumosa 3.

¿Pero él te llegó a dar clase?

No,  el no me llegó nunca a dar clase. Pero fíjate lo que es el destino y lo que son las cosas. Yo no conocía de nada a Enrique. Pero él tenía amistad con Morilla e iba por allí y me veía bailar.  Yo no le había dicho nunca a Enrique: «Pues yo era el niño que tal y tal»  Cuando se enteró de que iba a debutar en el flamenco, dijo: «Pues yo voy a ser tu padrino. Y fue al Parque Alcosa, salió al escenario y habló de mí. Me hizo una presentación preciosa.  Así  empecé yo en el mundo flamenco y hasta hoy. Hace 23 años.

Bueno, hasta hoy no, ¿qué pasó después?, ¿te metiste en alguna compañía?

Saqué mi carrera de danza en el Conservatorio de Sevilla,  en la calle Jesús del Gran Poder, luego  Mariemma se fijó en mí, y  me llevó a Madrid para bailar en una cosa que le había propuesto el gobierno de esa época. Era en  los jardines  de Cecilio Rodríguez, en el Retiro. Después yo le dije a Mariemma: «Yo me quiero quedar aquí en Madrid»,  y ella contestó: «Bueno, no te preocupes, si quieres, te quedas aquí conmigo. Yo voy a montar un ballet y quiero que tú seas el primer bailarín».

Mariemma es la persona más generosa que yo he conocido en mi vida. Yo tendría que vivir una segunda vida para agradecerle a esta mujer todo lo que ha hecho por mí. Es lo mejor que me he encontrado hasta ahora.

¿Con qué ballet estuviste con ella?

Ella formó el ballet España, de nuevo, ya antes había tenido un ballet España. Hicimos muy pocas galas, la verdad, pero  bailamos también en la Unesco. Fue muy bonito. Además me ayudó muchísimo en Madrid. Me llevó al Corral de la Morería, me llevó a  Zambra, me presentó a gente. También fue mi madrina en Madrid. Me dio todo lo que tenía en su mano para que yo pudiera sobrevivir en Madrid  y pudiera seguir con mis estudios. Después, me fui con Rafael Aguilar,  los famosos ballets de Rafael. Allí conocí a Antonio Canales, Alejandro Granados, Javier Barón, Juan Ortega, Miguel Ángel, una serie de artistas, muy buenos todos, y aprendí muchísimo de todos ellos. Lo compaginaba con mis actuaciones en el Corral de la Morería donde conocí a Blanca del Rey y a Don Manuel del Rey, dos personas fantásticas. Me cantaron Cancanilla, Guadiana, Palacín, el Indio Gitano, Ray Heredia, que me tocó la guitarra más de una vez, Curro de Jerez, Jerónimo…

¿Actuabas solo?, es decir, ¿hacías tus propios bailes?

Sí, yo hacía mis bailes en solitario. Cuando entré me contrataron,  no para el cuadro, sino como solista y apostaron por mí: «Un  chaval recién llegado de Sevilla y tal y tal…» Estando en ese tablao, llegó Cristina Hoyos y la productora de Teo Escamilla buscando un protagonista para hacer Montoyas y Tarantos. Yo había presentado mi foto, pero por lo visto se había traspapelado.  Vinieron a Sevilla y Ana Mari Bueno les habló de mí  y me fueron a buscar, me vieron bailar  y me dieron el papel. Después Cristina me ofreció entrar en su ballet y me tiré 7 años con ella. Luego me fui a Japón, bailé en solitario, bailé en la Bienal, me fui a Japón 6 meses, me metí en la Compañía Andaluza de Danza, en fin un bagaje.

¿Qué supuso para ti la película de Montoyas y Tarantos?

En realidad, el haber conocido a Cristina Hoyos, la persona más importante que ha tenido el flamenco de este último siglo. Yo he aprendido con ella todo lo que sé de teatro y de formación técnica y artística de un bailaor en un escenario. Creo que nadie pone el flamenco en el escenario como lo pone ella. Soy un admirador de Cristina porque la he visto trabajar durante un montón de años y es una persona muy respetuosa con las cosas que hace, con las cosas que pone en escena.  Ama mucho el flamenco y lo ha dignificado por todo el mundo. Nosotros hemos abierto puertas. Fuimos la primera compañía en abrir la Opera de Paris al flamenco, que, además, Nureyev se oponía a eso, no quería, no quería…, pero Cartier, el director de la Ópera de Paris en  aquella época, le dijo a Nureyev: «Mira, te pongas como te pongas, Cristina Hoyos va a abrir las puertas del flamenco en este teatro». Fuimos la primera Compañía. ¡Vamos que vino  Televisión Española a hacer un reportaje!

¿Y ahora,  de repente, cómo dejas todo eso?

Yo estaba en la Compañía Andaluza, llevaba ya muchos años,  empezaron a nacer mis hijos, a mi hijo Pablo no lo veía prácticamente. Los primeros años me los perdí. Después nació mi hija Lucía y yo pensé que todo lo que tenía que hacer en el baile lo había hecho ya. Había disfrutado mucho, he tenido la suerte de conocer a gente muy importante del flamenco. Caracolillo me dio dos trajes suyos, me los regaló, conocí a Mercedes y Albano. Rosario me acogió en Madrid. Tenía su casa en la calle Paseo del Pintor Rosales, en un bajo. Yo me iba con ella allí tardes y tardes y hablábamos de todo. Ella me contaba sus historias con Antonio.  Me iba también  a su estudio, porque daba clase a una serie de alumnas, y la veía bailar. A veces  quedaba con Pilar López para tomar café  y  a través de ella conocí a Pacita Tomás, a Joaquín, a Mercedes y Albano, a Bambino, a Faíco, que en paz descanse, que tenía su estudio en la calle Carretas y se ponía allí a bailarme por bulerías. Era gente muy importante de la danza,  gente espectacular, que después, a lo largo de mi vida,  han influido en mí. Fíjate que parece que no, pero al final, todas esas vivencias son como un poso que cuando no te lo esperas, sale.

A mí me encantaba aquello porque  yo, en aquella época, tenía 18 años. ¡Imagínate para una persona que está empezando en el mundo del baile, conocer a Rosario! Para mí, conocer a Rosario y convivir con Rosario era algo espectacular.

¿Pero tú vivías en su casa?

No, yo vivía en mi casa. Lo que pasa es que  la visitaba porque ella me había visto bailar y le encantaba como yo bailaba. De hecho bailé con ella en un festival para la Unicef, el 1er  festival de la Unicef.  Se hizo en el teatro Calderón  y fue incluso la Reina a verlo. Bailé yo con Rosario y vengo en el programa de mano. Cantaba también en aquel momento un tal Francisco,  que empezaba entonces.

¿Tú has tenido alguna vez un modelo, o simplemente has ido aprendiendo?

Yo es que he sido muy afortunado en maestros. He tenido infinidad de maestros, he aprendido de todo el mundo, de unos más que de otros: José Galván, Juan Morilla, Ciro, Manolo Marín, Cristina Hoyos, Juan Antonio, Mariemma... Yo he sido muy afortunado. Poniendo un símil futbolístico es que he jugado en primera división del flamenco, siempre he estado viendo lo mejor de lo mejor, he tenido muchos espejos y he aprendido de muchísima gente

¿Cuántos años tenías tú cuando hiciste Montoyas y Tarantos?

Yo la hice en el 82, tenía 18 años.

¿ Y después...? (Continuará)
Eulalia Pablo

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