martes, 17 de abril de 2012

Tokio-Sevilla

Los lunes solemos darnos una vuelta por La Caja Negra. Anoche estaba irreconocible. Se había convertido en una celebración nipona de ámbito casi familiar.  Fue una invasión de una sobriedad espartana —según pude saber, el gasto total fue de una copa de vino y un vaso de agua—.
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Sobre el escenario tres bailaoras perfectamente ordenadas, según su categoría. Ya se sabe el respeto que las clases y las ceremonias sociales reciben en el oriente. Había una maestra y dos discípulas.


Esa misma escala es la que percibimos en el baile. A medida que subíamos de nivel, todo lo que ganaban en dominio técnico, lo perdían en frescura y espontaneidad. El baile se hacía más pulcro, pero se vaciaba de sentimiento y garra, hasta llegar a un estadio de pretenciosidad injustificada.

Sin duda hicieron las delicias de sus familiares, amigos, y compatriotas.