jueves, 24 de marzo de 2011

Un romance por entregas. Fin de la relación


La incógnita se despeja y Pastora se dispone a volver a los escenarios. Según se desprende de las líneas aparecidas en prensa, será un retorno amargo, anegado en llanto, pero la “vergüenza y dignidad varonil” de Gallito no permiten otra salida.
Pastora se dispone a poner tierra de por medio y el torero, herido en su orgullo de macho ibérico, trata de impedir que su mujer pise de nuevo las tablas.
Escuetamente, el Globo da la noticia de que no hay reconciliación. Luego, la prensa le dedica sus buenas páginas.
Se ha suspendido, a petición de las partes, la causa de divorcio que se seguía entre Gallito y la Pastora Imperio.
Vuelta a los escenarios, de reconciliación parece que nada.
El Globo, 11 de enero de 1912

En Romea, esta gentilísima gitana Pastora Imperio, heroína de una novela que, a no estar vivida, Merimée pudiera componerla y Bizet armonizarla, vuelve a las glorias que dejó por el  matrimonio, y en ellas con palmas y ramos fue recibida, que trae sobre su hermosura un intenso dolor que desgrana en coplas, que es cada una un sollozo.
Comedias y comediantes, 1 de febrero de 1912.

            DIÁLOGOS TRIVIALES
…PROMETEO
Ramón.— ¿Por qué está Manon alegre, con esa alegría de five o´cloc tea?
Avecilla.— Manon siente la alegría del Arte.
Manon.— Porque me voy a ir a Sevilla.
Borrás.— Y nosotros con ella; no se puede ir a Sevilla sin pareja.
Andalucía es triste para el turista solitario.
Avecilla.— Es verdad; Andalucía es trágica como un gañán hambriento con insolación.
Bagaria.— Lo que no se puede es ir a Andalucía sin dinero...
Armenta.— iCatalán!
Bejarano.— Sí, porque si se va sin dinero se corre el riesgo de volver con la pareja...
Avecilla.— No hay mujeres andaluzas más que en las panderetas.
Ramón.— Algún artista magnifico debía reivindicar la pandereta, pintando una Pastora Imperio en ella.
Manon.— La Pastora está triste...
Ramón.— Esa es su copla:
«Tengo yo una pena, pena...»
Bagaría.— Desde luego, no fiarse de las andaluzas, porque hay muchas sevillanas...
Prometeo, 1 de febrero de 1912.

                        Otra vez Pastora y «Gallito»
La Imperio vuelve a las tablas  y quiere impedirlo el «GaIlo». La Imperio se marcha a América con su madre y con su hermano.
Las desavenencias conyugales entre el matador de toros Gallito y la  ex bailarina Pastora Imperio flotan hoy nuevamente en la superficie de la actualidad.
Háblase con mucha   insistencia —y casi no se habla de otra cosa en Sevilla—de que Pastora se dispone a ingresar en la profesión abandonada cuando contrajo matrimonio.
Parece ser un hecho que hace tres días firmó Pastora un contrato con la Empresa del Salón Imperial.
Y que no se limitó a la firma del contrato, sino que tomó una crecida cantidad a título de préstamo.
Se comprometió a debutar en el referido Salón un día, no designado aún, de la última decena del mes de marzo próximo.
He hablado con persona de la intimidad de la Imperio, que me ha referido lo siguiente:
«En los días que siguieron a la separación del matrimonio Pastora no pensó siquiera en volver a actuar como bailarina.
Al cabo, la hicieron pensar en ello los desvíos del Gallo.
Tal vez el primer propósito se redujo a anunciar su reaparición en la escena, sin llevar el anuncio a vías de hecho, y con el solo fin de buscar un determinado efecto en el ánimo de su esposo, es decir, «darle achares», como aquí suele decirse con gráfica expresión.
El anuncio no alcanzó buen éxito. Los desvíos del Gallo siguieron como hasta entonces.
Un acontecimiento reciente ha movido a Pastora a adoptar una resolución terminante.
Murió hace tres días el padre de la Imperio.
Creyó ésta que el triste suceso serviría para aflojar tiranteces.
También se equivocó de medio a medio y Pastora experimentó la más grande de las indignaciones al ver que ni Gallito ni la familia de éste se tomaban la molestia de darle el pésame por la desgracia que acababa de sufrir.
Fue entonces cuando, en un arranque de indignación, hizo voto solemne de volver a la escena.
El primer paso lo dio en seguida mandando confeccionar los nuevos y muy lujosos trajes que se propone lucir en el teatro.
Y ha hecho más: comenzar  los ensayos de cuplés y  bailes con que se propone ensanchar el antiguo repertorio.
Entre los primeros figura el del «Ven y ven» que han hecho popularísimo La Goya y Paquita Escribano.
Llegadas las cosas a este punto, vuelve a entrar en escena el Gallo.
Gallito, pese a todos los desvíos demostrados hasta ahora a su mujer, se ha propuesto no consentirla que pise de nuevo las tablas.
Para saber de qué medios puede valerse ha hecho una visita a su abogado, y refieren los que lo saben bien que la consulta fue larga.
La determinación de Gallito no reza solo con los teatros y salones de espectáculos de Sevilla, sino que se extiende a todos los de España.
En conversaciones con amigos íntimos, el espada ha manifestado que teme mucho la vuelta de Pastora Imperio al teatro.
Muéstrase preocupadísimo desde que supo que la determinación de aquélla es firme.
Ha dicho también el Gallo que esperaba que Pastora le reclamase el pago de alimentos y que estaba dispuesto a acceder sin necesidad de que por la ley se le obligase.
Pero como Pastora Imperio no llegó a presentar la demanda de divorcio que se había anunciado, todo se redujo a la simple separación de personas.
Es creencia general que Pastora Imperio no debutará en Sevilla, y casi otro tanto puede decirse del resto de España.
Pero no se duda de que, en compañía de su madre y su hermano, marchará en breve a América, donde se dedicará de lleno a actuar en el teatro.
Cuenta ya con una proposición ventajosa de la Empresa de un teatro de Buenos Aires.
También cuenta con otras de Lisboa, donde Pastora alcanzó un cartel envidiable en sus buenos tiempos de artista de varietés.
Con lo que no cuenta, según se ve, es con las diligencias que ha de hacer Gallito para impedir la realización de sus planes.
Esperemos el capítulo siguiente de ésta que, más que una página vivida, está resultando una novela por entregas.
LABIOS.
La Correspondencia de España, 2 de febrero de 1912.
Por fin, la historia es contada por los protagonistas en una doble entrevista que firma El duende de la Colegiata. Viene acompañada de dos fotografías, que no incluimos por su escasísima calidad.
                   «EL DUENDE DE LA COLEGIATA» EN SEVILLA
                Hablando con la Imperio y el «Gallo»
¡Durmiendo!— La casa de Pastora.— La Imperio, de luto.— La pasión de Pastora. La Imperio ha retirado la demanda de divorcio.Dice Pastora que el «Gallo» estudia delante del toro.— Los resentimientos de Pastora.— La Imperio volverá a la escena.— ¡Está enamorada!— Viendo al «Gallo».— ¡Hábleme usted de toros.— La dignidad de Rafael.— Una frase del «Gallo».— «Irreconciliables»— La próxima temporada.— La cuadrilla del «Gallo».— Las cabezas de toro del patio.— ¡Trini!— ¿Unidos? ¡Nunca!
¡Cochero! ¡A casa del Gallo!
Y el cochero, con una sonrisa de satisfacción, fustigó al animalito, que pareció también sonreír, Y es que decir en Sevilla el Gallo es pronunciar una palabra mágica, algo así como la Virgen de la Macarena, como la Virgen de los Reyes —que ayer por la tarde se sacó en procesión, como rogativa—, algo así como Maura para Cañals.
Atravesando calles estrechas y encrucijadas morunas llegamos a la calle de Santa Ana, número 3; una casa pintada de azul celeste, modesta.
La cancela estaba entornada; llamé al timbre; entré en el patio, azul celeste también; en las paredes, ni un cuadro, ni un adorno; cinco cabezas de toro, disecadas, y una fotografía de unos toros que mató el hermano menor del Gallo. En medio del patio, plantas.
Una criada vieja salió a nuestro encuentro.
—¿Está Rafael?— le pregunté.
—Está durmiendo; hasta la dose no se levanta...— me dijo.
Y entregándole las tarjetas de Alfonso y mía, prometimos volver.
—¡Cochero!... ¡Vamos a Correduría!...
 Saltando baches y cruzando barro llegamos a Correduría, 43 y 45; una casa moderna, de dos pisos, de ladrillos rojos; en los bajos… una gran taberna dejaba ver su interior a través de sus anchas puertas de cristales.
Subimos unos escalones muy empinados de mármol blanco; en el primer piso llamé con una manecilla de bronce que agarraba una bola; se abrió la puerta, y una mujer, morena y guapa, vestida de negro, me abrió.
—¿Está Pastora?— la pregunté.
—Se está levantando— me dijo.
—¿Tardará mucho?
—No, señor; una media hora.
Dimos nuestras tarjetas y prometimos volver. Eran las doce del día. Fuimos a dos o tres sitios donde pensábamos saludar a algunas personas. ¡Estaban durmiendo!
—¡Las doce y media! ¡Cochero! ¡A casa del Gallo otra vez!
Nueva sonrisa cocheril y nuevo refocilamiento caballar. La casa azul celeste, la cancela abierta, el patio con las cabezas de toro, y nueva criada, menos vieja, que, después de oírnos, grita y llama a alguien; desaparece por una escalera y desde el primer piso una mujer, morena, hermosa, con ojos negros y brillantes, nos dice:
—Rafael se retiró anoche tarde y no se levantará hasta la do…
Dimos las gracias, prometimos volver y fuimos a Correduría.
Escalones empinados; la manecilla de bronce y una criada que nos pasa a una habitación pequeña donde hay una mesa y varias sillas. En las paredes un marco con muchas tarjetas postales de Pastora y un letrero, en el centro, que dice: «La bella Imperio»; en otro cuadro más postales de Pastora; prendido con un alfiler a la cortina del balcón un retrato, de cuerpo entero, de la Imperio, a carbón, con un vestido de fantasía.
Pastora Imperio entra en la habitación, vestida de luto; sus ojos de gata, grandes, de niñas enormes, nos miran con curiosidad.
—¿Qué tal, Pastora? ¿No se acuerda usted de mí? ¿En el Japonés? ¿Cuando usted empezaba?...— la dije.
—Sí, sí… ya recuerdo…
¡Creo que no recordaba!... Bueno, no importa.
—¿Está usted de luto?
—Sí, señor; ha muerto mi padre hace dieciocho días.
—Doy a usted mi pésame.
—Muchas gracias.
Pausa, Pastora nos mira con incertidumbre, Alfonso me mira con curiosidad,
Pues nosotros nos vamos a Madrid esta tarde —la digo.
—¿Ah, sí?... Pues buen viaje me responde la Imperio,
Y yo continúo:
—Y nos dijimos: «Vamos a visitar a Pastora y al Gallo para que nos digan qué hay de verdad en esos rumores que corren».
—No haga usted caso de lo que digan —me dice Pastora—; es que Sevilla es un pueblo.
Aquí todo se habla, todo se dice, y luego, ¡como Rafael y yo somos tan conocidos!...
Y Pastora calló. La hablé en varios tonos de varias cosas, y al fin me dijo precipitadamente, con voz sonora, de un timbre  metálico:
—Verá  usted. Usted me ha conocido en el Japonés; supo que de mí no ha podido decir nadie nunca nada, y que yo traía loco a Madrid y que todos se decían: «Ese es terreno vedado,.. No pierdas tiempo.» Yo he sabido coquetear con todo el mundo, y lo mejor de Madrid estaba loco por mí; ¿Se acuerda usted? Bueno; pues cuando yo me marché con Rafael era porque lo quería, porque fue el primer hombre que a mí me hizo tilín... y me marché con él, ¡ea! Después nos casamos; cuándo Rafael se casó conmigo, algo vería Rafael en mí que le hiciese decidirse a hacerme su esposa. La noche que nos casamos fuimos a Eslava y, al salir, la gente nos apretó y nos metió en el coche sin que nos enterásemos; el vestido, el sombrero, todo me lo rompieron... Cuando llegamos a casa, Rafael me dijo: « ¡Oye, no volvemos al teatro, porque esto es un escándalo y a mí me fastidia!» «Lo que tú quieras» le respondí…  y ¡ea!, desde entonces no he vuelto a saber lo que es una diversión ni salir con él por ahí... Ya ve usted, a Bienvenida le gusta lucir su mujer, llevarla a paseo… ¡A Rafael, no! Y yo, ¡tan a gusto! ¿Lo quería él así? ¡Bueno! Entonces me dijo que íbamos a vivir con su familia y allá fuimos...
Pastora hizo una pausa; tomó aliento y continuó:
—En Santa Ana, número tres, vivía su familia; en el cinco, nosotros; pero una puerta comunicaba las dos casas,.. Yo, al principio, estaba contenta porque como él se pasa algunas temporadas en El Pedroso, yo, en vez de estar sola prefería estar con su familia…; pero ¡no quiera usted saber!... Yo estoy acostumbrada a otra cosa... en fin… ¡una de disgustos!... ¡la mar!... ¡Que no era posible!... Luego Rafael es un hombre raro; no habla; no dice nada; una ve que le pasa algo; que tiene alguna preocupación, y él no dice nada… Y yo me he pasado un año encerrada… allí…
—¿Encerrada? la pregunto.
—Bueno… encerrada, encerrada, no; pero ¡vamos!, que no he ido a ninguna parte. Yo iba algunas veces a El Pedroso a verle a él y con mi mantón como una gitanilla, porque a él no le gustan los sombreros, ni los vestidos, ni esas cosas; ¡a mí tampoco me gustó! allí me tiene ¡usted, encerrada, y pidiéndole a la  Virgen, los días de corrida, que me lo sacara con bien, porque, ¡a ver!, mi pan es el suyo, y usted ya ve, ¡qué vida de zozobra!
—Y usted ¿era feliz con él? —le pregunté.
—Con él, sí; sola con él hubiera sido muy feliz; pero ¡su familia!... luego ¡él es tan extraño!...veía lo que no existió..., una sombra que huye por la noche; una hembra que se escapa de día...en fin!.. Yo no sé si es la neurastenia o qué; pero ¡usted sabe que de mí no ha tenido nadie qua decir nunca nada!, y sus celos, ¡bueno, mire usted!, eso de sus celos son lo mismo que cuando despidió su cuadrilla porque pensaba que echaba unos polvos en los capotes para dejar ciegos a los toros.
—Bueno, Pastora; ¿pero usted le quiere? —la pregunté.
Pastora reflexionó un momento.
—No lo sé… Si hubiéramos vivido solos yo hubiera sido muy feliz con él. Yo no comprendo ese hombre... Un hombre como él, que estudia delante del toro, porque en la plaza hace con el capote lo que quiere; maneja al toro a su gusto; hace lo que quiere de él, en fin, ¡que estudia!,., Y luego, en casa... yo no le comprendo. Por eso, mire usted, cuando supe que mi pobrecito padre estaba malo vine a verle y pedí el depósito en su casa...
—¿En qué fundó usted su demanda de divorcio?
—En incompatibilidad de caracteres —me respondió Pastora débilmente.
No— la dije—; todavía no admiten nuestras leyes ese fundamento, lógico, pero para nosotros aún es ilegal,
—Bueno; la fundé en malos tratos— me contestó Pastora.
—Y, en efecto, ¿la maltrató a usted? —pregunté a la Imperio.
Y Pastora, bajando la cabeza, me respondió:
-¡Sí!...
—Sin embargo—la dije—, he sabido que usted ha retirado la demanda de divorcio.
—Sí, la he retirado.
—¿Por qué?...
—Primero, porque eso de divorcio en España, es una tontería; cuesta dinero, que se lo llevan los curiales, y no se consigue nada práctico... Yo que sé que Rafael no anda muy bien de dinero... esto del divorcio le iba a costar una porción de duros que necesita… y además... Pues mire usted, porque yo sé el estado precario de Rafael y sabía que el Juzgado enviaría a todas las plazas una orden, y ¡figúrese usted… un torero de sesenta corridas son sesenta mil duros, y ¡no! yo no quiero perjudicarle, no quiero hacerle el menor daño, no, señor. Se lo dije a mi padre y mi pobrecito padre me contestó: «Si es tu gusto, hazlo». Luego, ¡mire usted! a mi padre le han precipitado la muerte estos disgustos, y sin embargo, ¡ya ve usted! todos creímos que Rafael entrase por esa puerta, porque ante la muerte todo se olvida, no hay resentimientos, no hay odios que perduren ante una desgracia así, y Rafael no vino. Todos creímos que vendría al entierro, porque han venido muchas personas que ni conocíamos, ¡y Rafael no vino! Mire usted, él llega a venir, todo lo olvidamos, no pasa nada, lo recibimos aquí en palmitas.
—Pero vamos a ver, Pastora —la dije—, usted está enamorada de Rafael, ¿verdad?
—Ya ve usted, ¡cuando yo retiré la demanda de divorcio!... Pero, no; no le perdono que no haya venido cuando murió mi padre... no se lo perdono...
—¿Y si él viniese a verla? —me atreví á preguntar…
No viene; Rafael es hombre que no viene y no vendrá…
Vi, en los ojos grandes de Pastora, asomarse las lágrimas. Se rehízo y continuó:
—Hace pocos días, mientras él gastaba mil pesetas en una juerga con la famosa «Niña de los Peines», yo tuve que empeñar... ¿sabe usted?... ¡Con  la famosa «Niña de los peines»!,..
Y, usted ¿qué piensa hacer?... —la pregunté.
—Pues cuando se me acaben los recursos tendré que trabajar. ¿Qué voy a hacer? ¡Me ofrecen muchísimos contratos! ¡Tengo ya dos para el Salón Imperial, de aquí, y el Trianon Palace, de Madrid, en quinientas pesetas diarias! ¿Qué voy a hacer? ¡Yo tengo una familia! ¡Necesitamos vivir!
—¿Quiere usted algo para Rafael? —dije a Pastora, despidiéndome—. Voy a verle.
—¡Quiá!— me respondió—; no le recibirá a usted, no le dirá a usted nada. ¡Si cuesta más trabajo sacarle las palabras!... ¡Y no piense usted que se deje retratar; no va usted a conseguirlo!
Me despedí de Pastora después de habernos sorprendido Alfonso con el objetivo de su indiscreta máquina, y fuimos a almorzar al hotel para ir a las dos a ver al Gallo.
Ya en la puerta, pregunté a Pastora:
—Bueno, Pastora… ¿se reconciliarán ustedes?...
—No… somos irreconciliables... ¡No puede ser!...
Entonces… ¿irá usted a la escena?
Sí.
En el hotel de Madrid, adonde nos alojábamos por equivocación, pues estuvimos mal servidos, nos encontramos con el simpático Carlos Olmedo, corresponsal fotográfico del HERALDO, que se brindó a acompañarnos a casa del Gallo.
Y allá fuimos. Con nosotros entraron el hermano del Gallo, Fernando, y el popular director de la comparsa «Las viejas ricas».
Olmedo dijo al popular Antoñito el del Lunar que dijese a Rafael que «estábamos allí», y pasamos al despacho, que se había desalojado para evitar que el agua destrozase los muebles,
Y el Gallo se levantó de la cama, y sin arreglar, para que no le esperásemos, con el cuello de la americana subido y una gorrilla inglesa de viaje, vino al despacho a vernos.
El popular torero nos recibió muy afectuoso.
—¿Qué hay? nos dijo—. ¿Qué tal por Madrid?
¿Cómo está el público?...
—Deseando aplaudirle—le contesté.
—Yo quiero mucho al público aquel —me respondió el Gallo.
Rafael Gómez ordenó a su mozo de estoques que trajese una caja de cigarros, y Antoñito el del Lunar trajo una caja de soberbios habanos, que repartió. Yo sentí no fumar para saborearlos.
Con la suavidad natural abordé el asunto de la Imperio; todos los que me oyeron callaron y miraban al Gallo; Rafael, muy serio, me respondió, sombrío:
—No hablemos de eso. ¡Hábleme usted de toros!
Pude convencer al torero de la sinceridad de mis palabras, y, pesando mucho sus frases, con un dejo amargo en el tono do su voz, me fue diciendo:
—Esas son cosas muy íntimas. ¡Qué sé yo! ¡Cada uno sabe lo que se hace en su casa! Sobre todo... Lo primero que un hombre debe ser es... ¡hombre! ¡Y tener vergüenza… y dignidad! ¡Y a la vergüenza y a la dignidad se sacrifica todo cuando se es hombre!
El hermano del Gallo, con la vista fija en él, seguía con atención sus palabras; Antoñito el del lunar dependía de los labios de Rafael; el simpático gaditano de la comparsa de «Las viejas ricas» esperaba con fervor las manifestaciones del Gallo; en las caras del primer oficial del Gobierno civil de Sevilla, Afán de Rivera, de Olmedo y de Alfonso, estaba retratada la expectación.
—Mire usted—continuó diciéndome el Gallo—, a las mujeres les sucede lo que a los toros, que cuando se tuercen una vez, ya no hay quien las arregle...
Un silencio siguió a la frase de Rafael; el torero continuó diciéndome:
—Figúrese usted: yo estaba en El Pedroso, y mi mujer, sin permiso mío, se marchó de casa, y como no había vuelto a los dos días, mi madre me telegrafió: «Ven», y vine... ¿Usted cree que hizo bien Pastora marchándose?
Todos callamos. El Gallo continuó:
—¿Qué queja podía tener de mi? ¡¡Yo no le había puesto la mano encima!
—Sin embargo interrumpí al Gallo—, la Imperio ha presentado la demanda de divorcio fundada en malos tratos.
—En algo tenía que fundarla —me respondió el torero—; yo no le he puesto la mano encima, y además yo conozco muchas mujeres a quienes sus maridos las matan a palizas y hasta las rompen bastones encima de sus costillas, y ellas no salen de la cancela porque les quieren y les respetan y hacen lo que ellos las dicen; pero ¿usted cree que puede una mujer marcharse de su casa, en ausencia de su marido, y no parecer en dos días, así como así?... Además… Hizo el Gallo una pausa y continuó con amargura:
—Además, cuando una mujer se tuerce una vez no hay quien la arregle, y yo, ¿sabe usted?, yo tengo vergüenza y dignidad antes que todo, y... ¡que no puede ser!...
Pausa. Todos callamos. Yo pregunté al Gallo de improviso:
—Sin embargo, ella dice que los celos de usted son como su idea de que la cuadrilla echaba polvos en los capotes para estropear los toros…
Hubo un momento de estupor. Todos dependían de la cara del torero. Vi palidecer Alfonso.
El Gallo, muy digno, muy caballero, con un aplomo de sinceridad que destilaba amargura, me respondió:
—Mire usted, esas son intimidades; cosas muy íntimas y muy dolorosas. ¡A lo mejor tiene uno figuraciones que...! ¡En fin... vamos a hablar de otra cosa!
Otro silencio, y yo decidí hablar de toros para desvirtuar el efecto del recuerdo triste:
—¿Tiene usted ya muchas corridas para la próxima temporada?—le pregunté.
La cara del Gallo se animó; sonriendo, vi estremecerse todos sus músculos, como quien despierta bruscamente de una pesadilla horrible:
—Sí, señor; una, en Alicante; cuatro, en Pamplona; siete, en Valencia; siete, en Sevilla; nueve, en Madrid; dos, en Jerez; tres, en Barcelona; dos, en Cartagena; dos, en Cáceres; dos, en Córdoba; dos, en Almería, y tres, en Granada me respondió el Gallo, radiante de alegría.
—¿Y su cuadrilla?— le pregunté.
—Pues mire usted. Se lo voy a decir. Los picadores son… ¡Bueno!,.. Antonio Chaves, ¡el pobre!, que no sabe aún si ha muerto o no.
—Creo que sí —le dije—. He hablado con Borbolla y me ha dicho que no parece, y todos esos rumores que hay sobre su desaparición carecen de fundamento.
—¡Pobre! Pues el Inglés chico y Felipe Salsoso. Banderilleros, Fernando Gómez, mi hermano; Blanquet, Manuel Álvarez, Posturas, y Emilio Rajel, Niño de la Audiencia.
—Diga usted, Gallito —le pregunté, saliendo al patio—: ¿esas cabezas de toro?
Y poniéndome familiarmente una mano en el hombro. Gallito me explicó, señalándome las cabezas disecadas!
—Este lo mató mi hermano José en Valencia; el toro tenía tres años; mi hermaniyo, catorce. Esto, tan feo, es un toro navarro, de Carriquirri, que maté en Barcelona y en el que estuve muy bien; es el toro más bravo que yo he toreado. Este es un Miura que maté en Madrid en una corrida que toreé con Manolete y Pazos. Pazos fue cogido en una mano y yo maté cuatro toros, y en el que estuve muy bien. Este es el segundo que salió a la plaza de Madrid después del asunto de los Miuras, y en el que yo quedé superiormente, y este es uno de la Viuda, que maté en Écija con el Machaco, y en el que el Guerra me tocó las palmas.
Antoñito el del Lunar sacó un Jerez riquísimo, que nos sirvió en «chatos» castizos, y Fernando me enseñó unos libros donde Trini, la hermana del Gallo, ha reunido todos los programas y reseñas de las corridas donde Rafael ha toreado.
Una niña de cinco o seis años entró sonriendo; tenía unos ojos negros, grandes y encantadores; se refugió entre las piernas del Gallo, que la besó.
—¡Qué monísima! —exclamé atrayendo la nena—. ¿De quién es?
—De mi hermano Fernando —me respondió Rafael.
Y besando a la angelical criatura que colocó entre las mías sus manecitas, como flores, la pregunté:
—¿Cómo te llamas?
Y la niña me respondió con su vocecilla infantil:
— ¡Trini!...
Fernando Gómez me condujo a una habitación para enseñarme un retrato de su padre, de aquel gran torero que toda España adoró; vi en las habitaciones, modestas, los muebles hacinados por temor del agua inundadora, y volvimos al patio, que iluminaba una dulce luz cenital.
Gallito, muy simpático, con una afabilidad encantadora, me cogió de un brazo y me llevó a un rincón.
—¡Usted es un hombre! —me dijo con convicción—, y sabe lo que son estas cosas. Yo tengo mucha vergüenza y mucha dignidad, y yo no puedo olvidar… ¡lo que no puedo olvidar!
—Diga usted, Rafael —le pregunté-. Y si Pastora trabaja... ¿qué va usted a hacer?
Gallito me miró sorprendido.
—¿Cómo que qué voy a hacer? Pues ¡nada! ¡Que trabaje todo lo que quiera! ¡Me tiene sin cuidado! ¡Mire usted, para mí, esa mujer ha muerto! ¡Como si no existiera! Ella y yo somos ya dos extraños. Si en España hubiera divorcio, estaríamos divorciados y ella se casaría con uno que la hiciera feliz y yo… ¡Quién sabe!... ¡quizá, también! Yo he hecho como si me hubiese divorciado ya con ella... La vería por la calle con otro y me tendría sin cuidado. Para mí ¡ha muerto completamente! ¿No comprende usted que yo soy un hombre de vergüenza y de dignidad, y ante todo un hombre debe ser… ¡hombre!?...
—De modo —le dije— ¿que no se unirá usted a Pastora?
—No, señor; es decir, yo no sé si cambiaré de idea; yo no sé si variaré; los hombres podemos variar, rectificarnos a nosotros mismos; si no cambio de idea, si sigo pensando como hoy, esa mujer y yo hemos acabado para siempre; hace falta mucha fuerza de voluntad para hacer esto... Al principio, el corazón, los sentimientos, la gente, las familias, los amigos, todos; pero ¡créame usted yo sé lo que hago; tengo mis motivos; son cosas íntimas...de uno, ¡Qué quiere usted, yo tengo vergüenza, y eso es antes que todo!...
El Gallo, muy emocionado, me abrazó y me dijo, muy bajo, al oído, con la voz velada, con mucha amargura:
—Usted me comprende; usted es hombre, y sabe lo que son estas cosas... ¡lo que no puede ser,.., pues no puede ser!... ¡Y no será!...
Nos despedimos, Gallito, con esa simpatía personal que irradia y le ha hecho ídolo de todos los públicos, supo subyugarnos a todos; al separarnos, un momento emocional cruzó nuestras almas; aquel hombre sufría y luchaba,
manteniendo sus fueros de hombre con la noble dignidad del caballero.
Salieron todos a la puerta; el cochero que nos condujo miraba al Gallo con arrobamiento místico; algunas personas que cruzaban la calle detuvieron su paso para mirar al ídolo.
Y cuando el coche se alejó, el Gallo nos saludaba con el brazo extendido, y Trini, con sus ojazos negros, nos veía marchar y nos enviaba un beso con su manecita encantadora.
Y por mi cerebro cruzó el recuerdo de Pastora, vestida de luto, con sus ojos grandes, de gata, verdes, grises, luminosos...
El duende de la Colegiata
Heraldo de Madrid, 12 de febrero de 1912.
Quedan para la última entrega los detalles del esperado debut de Pastora y sus primeras actuaciones.
(continuará)