sábado, 29 de enero de 2011

Una jerezana en París a comienzos del siglo XX


José Luis Ortiz Nuevo

         De la reciente cosecha recogida en México a lo último del año que pasó, y de la que ya tienen constancia los visitantes de esta casa, quiero ofrecerles hoy otra entrega, esta vez un artículo largo publicado en la capital azteca por El  Correo Español  el 7 de octubre de 1908, firmado por Genaro Cavestany, a la sazón corresponsal del diario en París.
         Se da cuenta en él de una desconocida bailadora jerezano – sevillana, discípula aventajada de La Macarrona, al parecer y además de artista la mar de lista, y por mor suya de una serie de curiosos asuntos, como la afición del Príncipe de Gales a las fiestas del Salón de Silverio, o la oportuna intervención de la nombrada en un azaroso lance a cuenta del caso Dreyfus, aquel que conmovió a la opinión publica francesa de su tiempo.
         Si les place, merece la pena entretenerse un rato:
                                  LUZ CHAVITA
      El arte ha perdido una de sus más hermosas y brillantes intérpretes.
          Luz Chavita, la aplaudida y bellísima bailarina española, cuya grandiosa carrera de cortos años la había llevado a un puesto culminante no sólo entre las artistas de su género, actuales, sino de pasadas épocas, y que hace ya bastantes años era la primera estrella de su arte en el Teatro de la Ópera Cómica de París, se retira definitivamente de la escena, de la que ya estaba apartada provisionalmente hace tres años.
          Rica, hermosa y caprichosa, cuando tenía rendido a sus pies al público parisién, y cuando la fortuna le ofrecía un espléndido porvenir, un día se acordó de su bella Andalucía y solicitó una licencia indefinida de los directores de su teatro. Éstos comprendieron lo que perdían y le hicieron brillantes ofrecimientos para que continuase en la Ópera Cómica.
          Nada escuchó, y todo lo que pudo obtenerse de ella, fue que no rompiese el contrato con dicho teatro, por si alguna vez quebrantaba su resolución y volvía a presentarse ante el público de París.
          Se anunció que partía con licencia. Los constantes concurrentes al segundo teatro subvencionado de París se preguntaban cuándo volvería.
          Su desilusión ha sido grande al saberse en los actuales momentos, que se encontraba en París, a donde había llegado especialmente a notificar a la dirección de su antiguo teatro, que no volverá jamás a bailar ante público alguno.
          No siempre mis siluetas han de ser destinadas a políticos, embajadores y altas personalidades. Los aristas españoles, cuando llaman poderosamente la atención en el mundo entero, bien merecen un lugar en mi galería, mucho más si ese artista es una mujer de belleza tan admirable que quien una vez la haya visto, tendrá que proclamarla reina de la hermosura, y jamás sus divinos ojos y cuerpo de soberanas formas, al par majestuosas y provocadoras, podrán olvidarse, sobre todo en este París que en los instantes que atravesamos consagra culto a los gustos estético helénicos.
          Y la verdad es que yo no debería acordarme ni del santo de su nombre.
          Presentado a ella por mi amigo el conde de Pradere, Segundo Secretario de la Embajada y Gentil Hombre de Cámara del Rey, en el despacho particular de éste, sacó un  revólver del bolsillo a las primeras palabras (aún recuerdo el arma no homicida: era un Simth de 12 mm.), me apuntó y sonó la detonación más espantosa que he escuchado en mi vida. Creo que la explosión del cabo Machichaco, en Santander, en 1893, o la de los polvorines de La Habana, pocos años antes, y la del aerolito de Madrid, en 1895, las cuales me tocó el triste privilegio de escuchar, no sonaron tan fuertes en mis oídos.
          Creí que me había vuelto loco o que era un demonio.
          Más muerto que vivo, caí sobre una butaca y me desvanecí.
          Poco después, me tentaba, procurando saber dónde se encontraba mi herida, al comprender que no estaba difunto; no me atrevía a abrir los ojos por miedo a verme cubierto de sangre y desmayarme sin volver a la vida... A poco sentí un suave olor... creí que eran esencias para hacerme volver al conocimiento.
          No sintiendo dolor alguno, abrí los ojos al fin. Todos los presentes estaban desternillados de risa, cuyas carcajadas yo, en mi susto, no había escuchado.
          Era martes de Carnaval y la famosa y sin par mujer en hermosura, Luz Chavita, había disparado contra mí un revólver que era un perfumador, pero aún circundado de esencias por aquel nuevo Bautista femenino, no le perdono el susto que me hizo pasar.
          El ruido fue espantoso... pero al fin tuve que reír, y desde aquel tiro, mi amistad con Chavita se selló, si no en sangre, en perfumes.
          El mayor mérito de Chavita, consiste en que después de tres años de ausencia el público de París no la ha olvidado, cuando París olvida todo, hasta a Dreyfus, que tanto le ha entretenido, si bien tristemente, durante diez años; a Boulanger y a los artistas más famosos que en el mundo existieron...
          Aún hoy, se buscan y se venden las tarjetas postales con su retrato, y apenas llega a París, sabiéndose mi amistad con ella, tengo al momento mil solicitudes para hacerla firmar un retrato, una tarjeta postal o un álbum...
          Su historia fue brillantísima y rápida. Nació en Jerez... pero su patria es Sevilla, donde experimentó sus primeras impresiones y donde aprendió a bailar, y tal vez a amar, porque andaluza, sevillana y sin amor con la agravante de su belleza, es imposible.
          Pronto reveló su genio en el arte en que después había de brillar, como hubiera descollado en cualquier otro si su familia, en otra posición, la hubiera llevado por otros derroteros.
          Entró en una academia de baile que dirigía una bailarina del género flamenco, muy célebre, llamada La Macarrona. (Estos ya son otros tiempos a los míos.) Ni el Rey de Inglaterra, entonces Príncipe de Gales, ni yo conocimos otra academia que la del celebérrimo Silverio, a la entradita de la calle Amor de Dios, por la Campana, a mano derecha. ¡Y cómo nos gustaban a los dos estas fiestas en nuestros buenos años!
          A los catorce años era maestra en su arte y siendo pobre su familia se decidió abandonar Sevilla y venir a París donde su género gustaba mucho (y aún gusta) obteniendo los artistas que de allí han llegado pingües ganancias.
          Recomendada por un amigo de Sevilla, del conde de Pradere, se presentó Luz Chavita en París con una carta para éste.
          El espiritual segundo secretario de nuestra embajada, entonces agregado tan sólo, que siempre ha otorgado generosa protección a todos los artistas, no negó a Chavita su apoyo, y comprendiendo que aquella belleza podría obtener un éxito en París si sus principios eran buenos, la recomendó a los directores de El Figaro, en aquellas fechas Messieurs Perivier y de Rodays, quienes la invitaron a bailar en una de las fiestas que el aristocrático diario de París da periódicamente en obsequio de sus abonados.
          El éxito fue colosal...
          Desde aquel momento estaba hecha la fortuna de Chavita.       
       El distinguido público que poblaba los salones de El Figaro le hizo una calurosa ovación, y al día siguiente todos los diarios hablaban con entusiasmo de la nueva estrella, y los ilustrados publicaban su retrato de mil formas.
          Además, un incidente político, en que intervino por rara coincidencia, aumentó su popularidad de un modo extraordinario, y fue causa de la perdición de un pobre Comisario de la Policía que, nuevo Sansón, se dejó cortar el pelo por una Dalila a quien no conocía, más hermosa sin duda que la del legendario Juez hebreo que pereció entre las ruinas del templo de Dajon con centenares de miles de filisteos, cuyo número exacto no sé y sobre el cual dudan la mayor parte de los historiadores.
          El día en que se daba a conocer Luz Chavita en París en los salones de El Figaro se estaba en pleno periodo dreyfuista. Aún no estaba condenado ni juzgado el futuro relegado en la Isla del Diablo, y después declarado inocente; pero ya se le seguía el proceso y se encontraba preso.
          El Figaro había tomado partido por Dreyfus y ofrecido publicar unos papeles importantes que comprometían al Gobierno existente entonces...
          El Prefecto de Policía envió a uno de los Comisarios más listos a apoderarse de aquellos papeles.
          Llegó al bonito hotel de rue Drouot en los momentos en que Luz Chavita bailaba sus primeras sevillanas, boleros y tangos en París.
          Los directores del gran diario rogaron al comisario que demorase unos momentos su cometido hasta que concluyese la fiesta, la que se prolongó  más que de costumbre intencionadamente, y el pobre comisario se olvidó de su comisión, de Dreyfus y del Gobierno para no ocuparse más que de aquella mujer admirable que bailaba como los ángeles, si es que los ángeles bailan en presencia del Padre Eterno, lo cual no se ha atrevido a definir ningún teólogo, ni aún Arias Montano, consultor del Sagrado Concilio de Trento.
          Cuando se terminó la fiesta, durante la cual el comisario de policía apuró sendas copas de champagne por tener el gusto de chocar su vaso con el de Luz Chavita, a quien se rogó se manifestase amable con él y lo entretuviere, ya que los papeles no estaban en El Figaro, y el gran diario, salvándose de una persecución cierta, conservó algo importantísimo que le interesaba no cayese en las manos del Gobierno y que luego habría de servir de gran utilidad en el proceso de revisión.
           Chavita salvó aquel día a El Figaro y El Figaro le pagó tributándole aplausos y elogios, además merecidos, durante toda su brillante carrera.
          El pobre comisario de policía, amigo del género flamenco, fue destituido, y destituido sigue desde aquella fecha.
          Fue aconsejada Chavita que no se presentase ante el público que impaciente la esperaba tras aquel triunfo político-policial, hasta completar su educación artística aprendiendo bailes de género, pues en aquella fecha sólo era maestra en el andaluz.
       Aprovechó Chavita el leal consejo que se le daba y entró en la Academia de baile de la célebre Mariquita que, aunque argelina, se hace nombrar así a causa, sin duda, de haber tratado a muchas españolas en la Argelia, y cuya artista era entonces, como lo es hoy, una de las más celebradas en el arte coreográfico en París. Mariquita, Rosita Mauri y Julia Subra son las que más han brillado en los últimos tiempos.
          La última hace pocos días que acaba de fallecer en París, retirada de la Ópera hacía algún tiempo, Margarita creó los grandes bailes de la Ópera Cómica y de Folies-Bergere y su academia es la mejor de París.
       Un año o dos bastaron a Chavita para aprender lo que los demás habían aprendido en ocho. Poco después debutaba en la Scala con extraordinario aplauso, y de este teatro pasó al de Folies-Bergere. Posteriormente hizo una excursión por Europa visitando Londres, Berlín, Viena, Buda-Pesch y otras importantes poblaciones, consagrando su reputación artística en esta excursión, en la que ganó fabulosas cantidades.
          A su regreso a París la contrató la Ópera Cómica, en el periodo  de la  dirección de Carré, una de las épocas más brillantes de este teatro.
          De allí ya no salió jamás. Sus sueldos fueron grandes desde el primer día, y con un espíritu práctico que no han tenido muchas artistas de su talento profesional, supo economizar y labrarse una fortuna en pocos años, la que hoy trabaja por sí misma y aumenta con sus ahorros. Además, buena hija, ha sostenido a su padre desde que empezó a trabajar hasta hace dos años, en que éste murió; y hoy sostiene a su anciana madre y numerosos hermanos.
          Su pasión es Sevilla. Allí compró una casa en la calle de Santa Clara, en la que introdujo todos los adelantos y refinamientos de las habitaciones de París. Un día tuvo una proposición de venta. Le daban por ella bastante más de lo que le había costado, y Chavita, que además de gran artista es mujer de negocios, vendió comprando otra mejor aún en la calle de Goyonetta de la hermosa ciudad de la Giralda, calle que es citada en las novelas ejemplares de Cervantes con el nombre de la calle de la Sopa, debiendo el actual  a un benefactor de Sevilla que vivió en el segundo y tercer cuarto del siglo XIX.
          Ha empleado sólidamente su capital en buenos valores y además es accionista comanditaria de una casa de Banca de París, mas deseando ocuparse en algo, ha comprado una finca de labor cerca de Jerez plantada de viñas de una gran extensión superficial que explota por sí misma, sin otro administrador que ella y que le está produciendo muy buenos resultados.
          Desde que es extractora no se ha perdido ni una sola cosecha de vino.
          Pasa gran parte del año en su finca, en la que ha hecho construir una pequeña casa en la que, completamente sola, no tiene más distracción que los libros, periódicos y revistas que se hace enviar desde París.
          Supongo que para la guardia de su persona usará en su soledad un revólver de mayor poder que aquel con el que me disparó el tiro más estruendoso que he escuchado en mi ya larga vida.
          Se propone hacer su marca de vinos de Jerez “Luz Chavita”, más célebre que la de González Byass, la del Duque de Almodóvar (Sánchez Ramate) y la de Misa.
       Y lo conseguirá en cuanto los vinos que tiene almacenados tengan la antigüedad exigida para ser vendidos como vinos generosos, hasta cuya fecha no quiere que sus vinos traspasen la frontera.
          ¿Quién de sus admiradores no pedirá esta marca para recordar con éxtasis su deliciosa finura de Ópera Cómica?
          Sólo otra artista conozco que haya conservado su fortuna.
          La célebre cantante Nilson, hoy condesa viuda de Casa Miranda, española, por su matrimonio, que vive en París retirada del arte hace ya bastantes años, quien además de su hermoso hotel en esta ciudad, situado en las proximidades de los Campos Elíseos, lleno de hermosas obras de arte tasadas en sumas inmensas, posee un castillo en Normandía donde pasa los veranos, un palacio en Niza que habita las temporadas de invierno, y otro castillo en Suecia, su antigua patria.
          Con la ausencia de Chavita para siempre del teatro de la Ópera Cómica ha ocupado su plaza una nueva estrella que venía reemplazándola como primera bailarina de género, Mlle. Regina Badet, a quien muchos encuentran parecida a su antecesora, y a cuya circunstancias debe haber obtenido tan pronto las simpatías del público.
          Cuando Deroulede estaba desterrado en San Sebastián, muchos franceses atravesaban la frontera sólo por conocerle y ninguno entraba en la capital de Guipuzcoa sin dejar de preguntar por su morada, estacionándose ante ella esperándolo ver al salir o al entrar.
          Del mismo modo ningún francés pasará por Sevilla sin que deje de preguntar por Chavita.
          Si encontrándome yo allí un francés me preguntase por ella, le respondería.
          -La mujer más hermosa y elegante que encuentre, esa es.
          En efecto, Luz Chavita es una mujer soberanamente hermosa.
          Alta, cuerpo escultural, espléndida cabellera negra, ojos también negros, profundos y provocadores que inspiran sentimientos ilusorios a quien en ellos se mira, marcha majestuosa y tranquila, que atrae las miradas de cuantos a su paso halle aún sin saber quién es; rica, caprichosa y cándida, que revela al par sagacidad e ingenuidad.
          ¿A qué seguir?
          Jamás las diosas del baile tuvieron representación más bella.
          Ellas, en su olímpico cielo, sentirán la temprana resolución de su hija predilecta en este mundo que agoniza en su culto, y pedirán al Dios que a todos los dioses de su género preside, al gran Jove, que la haga volver de su acuerdo.
          Mas para ella no hay dios olímpico, ni hadas; sólo hay familia, tranquilidad, paz, campo, Sevilla... dinero, y, sobre todo, su Andalucía querida, y tal vez algún sentimiento recóndito que ella debe saber y que yo me imagino.
          De tiempo en tiempo viene a París a cobrar sus rentas y a comprar sombreros y trajes, los que, exhibidos luego en Sevilla, causan revoluciones en las modas femeninas.
          Fue una artista verdadera. Decía un viejo maestro de baile a sus discípulas, templando su también viejo y pequeño violín.
          -Niñas: hay que poner siempre en relación el cerebro con los pies.
          Parece que jamás este consejo fue olvidado por Chavita, pues me ha contado que cuando bailaba nunca veía al público ni nada de cuanto le rodeaba.
          El mismo viejo maestro decía acordando siempre el instrumento con el que acompañaba los pasos de sus educandas:
          -Hijas mías, hay que elegir entre el estilo o la gracia: a la que elija el estilo yo le daré el mejor, pero no será graciosa: la que elija la gracia no tendrá estilo.
          Si se insistía, añadía con voz melosa:
          -Yo en vuestro puesto elegiría el estilo: el estilo es la mujer.
          El viejo maestro se equivocó con Chavita. Ella tenía en la escena la gracia más exquisita al par que el estilo más perfecto. Así sus triunfos fueron grandes y su reputación artística inmensa.
          Estoy seguro que lamenta su temprana resolución pero no quiere volver sobre ella. Los artistas mueren el día que se retiran de la escena y no tienen derecho a resucitar. Nuevo Cristo yo le diría a la hermosa andaluza: “Levántate y baila.” Mas no me haría caso. Su resolución es inquebrantable.
          He dicho que los artistas mueren el día en que se retiran de la escena lo que es inexacto. Mueren dos veces: el día en el que dicen adiós al público y el día en que dicen adiós a la vida; en la primera muerte le acompañan flores en bouquets; en la segunda esas flores van en forma de corona. Más dichoso el torero, sólo muere una: el día en que vencedor el toro, le deja tendido en la plaza.
          Felizmente para Chavita aún faltan muchos años para que las flores que se le envíen se transformen en coronas. Morirá un día al alba. A la hora en que se extinguen las estrellas, cuando el siglo cuyos albores presenciamos haya avanzado mucho en su segunda mitad, y cuando sus vinos, que comienza a almacenar ahora, tengan cincuenta años; tan joven es aún.
          Su bondad es grande. Puede afirmarse que ha hecho mucho bien y que nunca ha hecho daño a nadie. ¡Ah! Me olvidaba de sus dos primeros admiradores en París; yo mismo que recuerdo aún con horror su actitud trágica contra mí apuntándome con grueso revólver y la espantosa detonación que siguió inmediatamente, y el pobre Comisario de Policía que perdió su destino por ella. Mas fue involuntariamente y quién sabe si a aquel incidente deberá Dreyfus el haber sido declarado inocente. Yo la he perdonado, mas dudo que el Comisario haya hecho lo mismo.
GENARO CAVESTANY.