No podía faltar. Hoy el baile es la sal de cualquier
espectáculo flamenco. Porque, además, en él están presentes todas las
manifestaciones de lo jondo. Y llegó vestido de gala. Lo traían dos mozas que
bailan a cual mejor. Dos artistas que en vez de odiarse tiernamente y ponerse
todas las zancadillas que imaginarse puedan, como con demasiada frecuencia
sucede en el mundillo del artisteo, han sustituido los celos egoístas por el
compañerismo a corazón abierto. Y se ayudan mutuamente. Y se respetan. Y se acompañan.
Lo demostraron fuera de toda duda sobre el escenario. Se acompañaron con palmas.
Se animaron. Se jalearon. Véanlas:
Y por si fuera poco montaron a dúo unos tangos en los que
estaban para chillarles de lo bien que los hicieron las dos.
Luego Malena bailó una guajira de dulce, haciendo auténticas
diabluras con el abanico y dejando al público embelesado.
Después Javiera hizo una caña que le salió bordada, moviendo
el mantón con maestría y exquisitez y encandilando también al público.
¡Qué pareja! ¡Cómo
derrochan arte!
Con ellas venía para cantarles Rocío la Boterita, una voz
que nos la habían quitado durante meses los japoneses. Afortunadamente, ya está
otra vez con nosotros y podemos disfrutar de nuevo de su cante. Y para colmo ha
venido además todavía más guapa que se fue. Cantó para rabiar de bien y
completó el recital con unas malagueñas dichas con esa sensibilidad musical que
la caracteriza.
Al toque venía Miguel Pérez que se lució además con una
farruca de muy buena factura.
José Luis Navarro