Qué
duda cabe que, hoy por hoy, Juana Amaya tiene unos de los mejores
pies de todo el panorama flamenco. Su zapateado es limpio, nítido,
brillante. Es, por decirlo de otra manera, una auténtica virtuosa
del zapateado. Sabe además marcar los tiempos y le pone al baile
temperamento, pasión y genio.
Este
tipo de baile tiene, sin embargo, dos problemas. El primero es que
los bailes se parecen unos a otros como gotas de agua. Para el
espectador lo mismo da que esté interpretando una soleá que una
seguiriya o un martinete. Siempre da la impresión de que lo que está
haciendo es soleá por bulerías. El otro es que, inevitablemente, a
la larga —y esto es un
concepto muy subjetivo—
empieza a resultar repetitivo y puede llegar a aburrir al respetable.
Hay también, todo hay que decirlo, quienes no se casan de este tipo
de baile. Estos sí que disfrutaron anoche.
Como
artista invitado venía Antonio Molina El Choro y fue más de lo
mismo. Tiene también unos pies extraordinarios, pero cuando no está
zapateando no sabe qué hacer. Si obviamos estos detalles, sus
alegrías tenían todo el sabor de la tacita.
Nazaret
Reyes completaba, también como artista invitada, el cuadro de baile.
Posiblemente, después de su reciente alumbramiento, no esté en su
mejor momento de forma. Anoche salió arropada por Juana y El Choro y
dio muestras inequívocas de que tiene el sello de su madre.
Lo
que no termino de entender es el título del espectáculo: “Morón
baila”. Bailó Juana Amaya que efectivamente nació en Morón.
Bailó Nazaret, que es hija de Juana, pero que nació en Sevilla,
hija también de Cristóbal Reyes, cordobés y también bailaor. Y
bailó El Choro que es onubense.
Del
atrás destacó la guitarra de Juan Campallo. Los demás no nos
atrevemos a dar sus nombres porque vimos a Pepe de Pura, que no venía
anunciado en el programa, y no vimos a Paco Fernández, que sí
venía. Cosas de la imprenta, supongo.
José Luis Navarro